ANÁLISIS

Los huérfanos de Merkel no tienen plan

La gran crítica que pesará sobre la cancillera en los libros de Historia es que hizo demasiado poco y demasiado tarde

Merkel se dirige a los participantes del Premio Nacional a la Integración en la Cancellería, en Berlín.

Merkel se dirige a los participantes del Premio Nacional a la Integración en la Cancellería, en Berlín. / periodico

Carlos Carnicero Urabayen

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Una fotografía de Time en diciembre del 2015, en el número de la revista que eligió a Angela Merkel como personaje del año, ilustra bien su trayectoria. Está de espaldas a la cámara, con una chaqueta azul claro, rodeada de hombres de traje oscuro, algunos de los líderes más poderosos del planeta: Obama, Renzi, Hollande, el japonés Abe…. Todos la miran con atención. Aquel año comenzó su declive. 

Si algo ha caracterizado los años de Merkel es su capacidad de situarse en el centro de las discusiones, sobre todo en Alemania, pero también en Europa. Una actitud imbatible para dominar el terreno de la política. El problema es que ninguna fórmula es eterna, ni siquiera la de Merkel, que es la líder europea que más años lleva en el cargo (desde el 2005). El segundo problema es que ese centro, caracterizado por la defensa de los valores de la democracia liberal, hace aguas en todo Occidente.

Merkel creció en Alemania del Este, un país de 16 millones de habitantes atemorizado por unos servicios de seguridad que con 274.000 agentes lo controlaban todo. Hasta que cumplió 35, en el año que cayó el Muro de Berlín, no conoció la libertad. Su biografía da cuenta de los pasos lentos de la historia hacia el progreso.

Demagogia e inmigración

"Siempre hemos sabido que las cosas tardan en llegar, pero estoy cien por cien convencida de que nuestros principios al final prevalecerán", dijo en febrero del 2015. Putin había invadido Crimea el año antes, sacudiendo los recuerdos de la Guerra Fría. En noviembre unos terroristas propiciaron una masacre en París. La crisis griega seguía candente. Pero ninguno de estos temas marcaría tanto su suerte – y la del continente – como su decisión de abrir las fronteras a un millón de refugiados sirios.

No había un plan europeo de acogida sobre la mesa y cuando se quiso acordar después, fue imposible. Desde entonces, la inmigración domina la agenda política y nutre de demagogia a los ultras que van llegando al poder en un insoportable y desbordante cuentagotas: Austria, Italia, Hungría, Polonia… Tras los resultados electorales de Hesse del domingo, la ultraderecha alemana tiene representación en todos los parlamentos regionales y lidera la oposición al gobierno central. Al otro lado del Atlántico están Trump y Bolsonaro.

La gran crítica que pesará sobre Merkel en los libros de Historia está resumida en el conocido euromantra: hizo demasiado poco y demasiado tarde. La cancillera tuvo en Europa más poder que ninguno de sus antecesores, porque Alemania sorteó de forma espectacular la crisis que trituró al resto, sobre todo en el sur, pero no lo aprovechó suficientemente para dar pasos valientes en la construcción europea.

En todo caso, su anunciada retirada evoca gran orfandad en la nueva generación de líderes, con el francés Emmanuel Macron al frente. El vértigo ante los zarpazos ultras es ampliamente compartido, pero no hay sobre la mesa un diagnóstico y un plan de acción claro en Europa para asegurar que, como decía Merkel, al final prevalezcan nuestros principios.