Huérfanos del Mediterráneo

Llegan desde muy lejos, con el polvo del camino. Y algunos son tan pobres que ni siquiera pudieron jugar en tus aguas

Un grupo de niños rescatados por los barcos de Proactiva Open Arms en el Mediterráneo.

Un grupo de niños rescatados por los barcos de Proactiva Open Arms en el Mediterráneo. / periodico

EMMA RIVEROLA

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Yo nací en el Mediterráneo. Y jugué en tu playa, corrí tras las olas y elevé construcciones de arena que siempre, siempre, acababas invadiendo. ¿Cuántos castillos has derribado? Quizá lleves la cuenta. ¿Recuerdas los rostros de todos los niños que te han retado? En las playas de Castelldefels. O de Capo Vaticano. O quizá, ¿por qué no?, en Tartús. Menta y perejil. Y el canto del almuédano antes del amanecer. Niños que construyen muros para protegerse de tu capricho o fosas para tratar de domarte, y contigo descubren que no todo es posible.

Frente a tu ir y venir, los niños crecen y llega el momento de las confidencias, de las risas adolescentes. Dos amigas trenzan sus vidas y ya no saben muy bien dónde empieza la de una y la de la otra. Y más risas. Y más castillos. Y más sueños. Se llaman Cristina o Marlene o Aisha. Y llega el amor y el desamor que tiñe tus aguas de azul y vuelve tu alma oscura. Y son tantos los amores que arrastras en cada orilla que el eco de sus nombres tiene ánimo de eternidad. Luis. O Alexis. O Mohamed. Sin ellos la vida sería agua dulce, insípida y aburrida.

Yo nací en el Merditerráneo. Y aquí parí a mis hijos. Niños de salitre, perfumaditos de brea. Amanda y Max. O Julie y Benoit. O, quizá, Fátima y Omar. Niños que miran a un mismo mar. Que comparten atardeceres, deberes, embustes y risas de caramelo. Niños que mamaron teta, música y mil aromas. Que ya lo saben todo, porque nacieron sabios en tu orilla. Que no saben nada, porque son tan ignorantes como sus padres y los padres de sus padres. Niños que abrazaríamos hasta saberlos libres, con su sonrisa tatuada en nuestras pupilas, porque no puede ser de otro modo.

LLANTO ETERNO

Yo nací en el Mediterráneo. En el mar donde tantos pueblos vertieron su llanto eterno. De Algeciras a Estambul. O a Lataquia. O a Trípoli… Muchos vienen a postrarse ante ti. Llegan desde muy lejos, con el polvo del camino. Y algunos son tan pobres que ni siquiera pudieron jugar en tus aguas. Y crecieron sin ver cómo el sol incendia tus aguas ni cómo la luna se sumerge en ellas cada noche. Vienen a buscarte, te necesitan. Pero tu nombre les da miedo.

Sí, nací en Mediterráneo y, cuando venga la parca, enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo. Pero que llegue porque mi vida ya se gastó, y que mi cuerpo se pierda donde sea mi voluntad, no donde quieran la desidia, la crueldad y el egoísmo de aquellos que no saben de poesía ni de amores ni de sueños. Porque yo… Porque Amina, Lamya, Raissa, Aylan, Samuel, Khaled y tantos, tantos miles, nunca debieron morir ahogados esa noche. Ni sus sueños adolescentes. Ni sus amores. Ni sus hijos. Sus hijos, nunca.

AMORES DE SAL

Yo nací en el Mediterráneo. Y ellos también. Y mi vida es la de ellos. Y nuestra vida es la de ellos. ¿Cómo podemos dejar que arrasen nuestros castillos en la arena? ¿Cómo podemos permitir que digan que los amores de sal no valen nada, que arranquen a los niños de nuestras manos? Podemos ser refugio. En realidad, no podemos ser otra cosa. No, sin perdernos. No, sin quedarnos huérfanos del Mediterráneo.