Nueva etapa política en Francia

La hora de la verdad

La aplicación del programa económico de Macron será una prueba de fuego no exenta de tensiones

Emmanuel Macron.

Emmanuel Macron.

JOSEP OLIVER ALONSO

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Tras la abrumadora victoria legislativa de En Marche!, el presidente Emmanuel Macron y su primer ministro Edouard Philippe, el dirigente del partido de centroderecha heredero de Alain Juppé, se han puesto manos a la obra: ha llegado el momento de aplicar el programa electoral. ¿Cuáles eran sus bases? Esencialmente reconvertir Francia en un país más atractivo para los negocios, con menos impuestos para las rentas más altas, reducción del gasto público y reforma del mercado de trabajo.

Cabe recordar, para comprender parte de estas propuestas, algunas cifras de las finanzas públicas francesas. Sus ingresos se han situado, desde el 2011 al 2016, en el entorno del 52% del PIB en media anual (España en el 37%), por encima del 45% del área del euro; los gastos, por su parte, se han acercado al 57% (España, el 42%), también un peso superior al 49% de la eurozona, con lo que el déficit medio ha superado, desde el año 2011, el 4%, aunque en el 2016 se ha reducido hasta el 3,4%.

Es en este contexto en el que se inscribe la reducción impositiva de Macron: del 33% al 25% en el impuesto de sociedades, de más del 50% para las rentas de la propiedad (dividendos y otras) al 30% y exclusión del impuesto sobre la riqueza (que la grava para los hogares con un patrimonio superior a los 1,3 millones de euros) para los activos financieros. Ello se acompañaría de la congelación de salarios y reducción de 120.000 empleos en el sector público, y de un importante incremento de la fiscalidad sobre el tabaco.

REDUCIR EL GASTO

Además, Macron ha prometido una reducción permanente en las cotizaciones sociales y, para los hogares, una reconsideración, quizá supresión, del impuesto sobre la propiedad. A ello se suma la inversión de 50.000 millones de euros, en parte para financiar formación de los parados de larga duración, y la reforma del sistema de pensiones. En conjunto, la propuesta presidencial implica, para los próximos cinco años, reducir el gasto público en tres puntos del PIB, y los impuestos en un punto. 

Pero el auditor de las cuentas públicas ha avanzado que, a menos que se recorten 5.000 millones de gasto, en el 2017 no se conseguirá situar el déficit en el objetivo acordado del 2,8% del PIB. Y aunque el ministro de Hacienda, Bruno Le Maire, quiere implantar desde ya las rebajas fiscales, la contención del déficit debería traducirse en una reducción sustancial del gasto. Y ahí emergen las fragilidades del gobierno Macron, cuyo primer ministro ha comenzado ya a sugerir posponer las reducciones de impuestos al 2019, lo que ha generado acerbas críticas de sectores empresariales y medios de la derecha. 

Esa cautela refleja que, a pesar de su enorme superioridad parlamentaria, su representatividad social es algo discutible: el elevado nivel de abstención y el sistema electoral francés implican que a los 341 diputados de La República en Marcha de Macron  (cerca del 60% del total) solo les ha votado el 15% del electorado. Además, hay que recordar que, en la primera vuelta de las presidenciales, Marine Le Pen obtuvo el 21% de los votos y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon otro 20% mientras que, en la segunda vuelta entre Macron y Le Pen, esta obtuvo el 34% del voto. 

LA PROPAGANDA DE LAS ÉLITES

Por todo ello, el mandato de reformar en profundidad Francia es menos evidente de lo que parece. Con la victoria de Macron uno tiene la impresión de que las élites, de Bruselas, de París y en general europeas, vuelven a creerse su propia propaganda. Como sucedió en Holanda el pasado marzo, cuando el Partido por la Libertad de Geert Wilders no ganó las elecciones, aunque aumentó su peso electoral y obligó a girar hacia la derecha a prácticamente todo el arco parlamentario.

Nadie discute la mayoría de Macron. Pero estarán conmigo que dista de ser el triunfo aplastante con la que se saludó. Los resultados de Le Pen y Mélenchon muestran que, en Francia, la marea populista no ha comenzado a ceder. Y que cualquier empeoramiento de la situación puede darle nuevas alas. Porque tras ella se esconde una corriente que es muy de fondo, de fractura del contrato social implícito en nuestras sociedades: trabajar duro y asegurarse un futuro mejor. Esta ruptura ha tenido lugar ya en Estados Unidos (Donald Trump), Gran Bretaña ('brexit'), Holanda, los países nórdicos y, ahora, Francia (Marine Le Pen).

Creerse que los problemas que subyacen a su avance están superados es un grave error. Por ello, la aplicación del programa económico de Emmanuel Macron se convertirá en una prueba de fuego. Tengo mis dudas de que se consiga sin tensiones sociales que puedan dar nuevas alas al populismo. Y si no, al tiempo.