En sede vacante

Holanda y los fundamentos del drama

Josep Maria Fonalleras

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Hoy es un día muy especial. Una final de un Mundial se juega cada cuatro años y forma parte de la mitología particular de todos los que piensan que el fútbol es, de las cosas que no tienen importancia, la más importante de todas. El planeta se para obsesionado por un balón que corre y por futbolistas que convierten un entretenimiento en una gesta heroica. Cada cual tiene, en su memoria, finales que han marcado su sensibilidad, escenas que forman parte del álbum íntimo con el que coloreamos la vida discreta de quienes miramos la historia desde una esquina. Podemos decir «yo estuve», sin querer decir que de verdad estábamos en el estadio Azteca un día como hoy de 1970. Pero sí estábamos porque conservamos los detalles y casi podríamos dibujar el modelo de televisor que nos hizo creer que podíamos ser protagonistas de aquel episodio. No habrá nunca más una final como aquella: fue allí donde se hermanaron la justicia y la belleza. Ganó quien enseñó al mundo que la poesía tenía, en un campo de césped, los colores amarillo y azul –aquellas camisetas tan ceñidas– del Brasil deTostao, Pelé yJairzinho.

No siempre ha sido así. No siempre ha ganado quien apostaba por convertir el juego en una fiesta de los sentidos. El caso más flagrante es el de la Holanda que repitió final en 1974 y 1978. Como escribió hace tiempoJuan Villoro,«su drama futbolístico consistió en la falta de drama. A sus futbolistas les faltaba una dosis de dolor para ganar». Un resumen esmerado de por qué la Holanda alegre del fútbol total no fue nunca campeona. Este es un factor que la«guapa Spagna»que decíaLa Gazzetta dello Sport haría bien en retener. Holanda sabe hoy que debe cerrar un diálogo con la historia. Conoce los fundamentos del drama, la condición que es preciso asumir para probar la gloria.