En sede vacante

Historia de la botella de vino sumergida

josep Maria Fonalleras

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De vez en cuando, se producen noticias sobre el hallazgo de los restos de un naufragio. En el galeón hundido o en la nave romana que yace cerca de la costa, intuimos las monedas que brillan, el tesoro escondido. En la madera podrida, en los remos cubiertos por la vegetación submarina, resuenan las voces de aquellos que se hundieron con el barco. De vez en cuando, también hay ánforas o toneles, con posos de vino o licor que tenían, como destino, las mesas de los que quizá habían fletado la nave. ¿No han pensado nunca en la posibilidad de probar aquel líquido que fue capaz de soportar, durante siglos, la presión del mar, las embestidas de las mareas? ¿Cómo será un vinomarinado?

Los propietarios del Celler Espelt seguro que han pensado en ello alguna vez, por lo cerca que están del Cap de Creus. Elaboran un vino de alta calidad y con algunos valores añadidos: la efervescencia de la etiqueta y de la imagen de la tercera generación de vinicultores (evocaciones mediterráneas deMariscal), la pulcritud y la modernidad de la nueva bodega (junto a la mítica discoteca Rachdingue, templo del surrealismo y de la dislocación de una época), la apuesta por convertir la nave donde madura el vino en un espacio de arte contemporáneo.

Han pensado en ello, sí, pero en lugar de hundir un barco, que es un trabajo fastidioso, incómodo y caro, sumergieron en la cala Jòncols, en una jaula, sin preámbulos, 300 botellas de vino durante más de 400 días. Se saltaron el episodio del naufragio, pero han logrado concretar aquel sueño del que hablábamos antes. El martes las recuperaron. Y las han probado. Algunas han soportado el peso de la sal y otras no. Un día quizá pensarán en venderlas. No serán ni de cosecha ni de crianza ni de reserva. Serán vinos con denominación naval.