Al contrataque
Hijos que pegan a padres
Abroncar y ser intransigente por norma es un error, pero hacer la vista gorda y ceder siempre puede resultar aún peor
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
Juan Nebreda dirige desde hace años El laurel, un centro donde reciben tratamiento menores que han agredido a sus padres. Josu Izaguirre es fiscal jefe de Álava y en su memoria de este año habla de los “padres consentidores”, como una de las claves del fenómeno. Esta semana he tenido la oportunidad de invitarles a 'La ventana' y he descubierto un universo del que lo desconocía prácticamente todo, aunque no creo ser el único. La violencia de hijos contra padres ha sido un tema tabú durante mucho tiempo pero empieza a ganar visibilidad, tal vez porque el problema va en aumento; cada día se presentan en España más de una docena de denuncias y se calcula que entre el 3% y el 7% de las familias lo pueden estar sufriendo.
En muchos casos los agresores han vivido -o directamente han sufrido- diversos tipos de violencia en su entorno más cercano y se deslizan por la pendiente de la emulación. Pero no nos engañemos, los malos tratos de hijos a padres -igual que la violencia de género- son una lacra que no entiende de clases sociales ni de galones: es transversal. Y los testimonios que salpicaron el otro día esa conversación radiofónica confirmaron que la convivencia familiar puede convertirse en un infierno; no olvidaré el relato de una madre que, entre sollozos, confesaba el alivio que experimentó cuando, por fin, obtuvo la orden judicial para internar a su hija (sí, las chicas tampoco se libran de este descontrol emocional, aunque son minoría). O las palabras de una adolescente explicando cómo maltrataba a su madre (de palabra y de obra) porque olfateó que era la más débil. “Me sentía bien haciéndolo -decía-, pero también me sentía mal, ¿lo entiendes?”. Pues sí, se la entendía perfectamente.
La verdad es que ni Juan ni Josu quisieron convertir el asunto en una cuestión de Estado, insistieron en que se trata de una minoría de chavales problemáticos y pusieron en valor la capacidad de cambio y de transformación que tiene cualquier adolescente. Pero no me quito de la cabeza todo lo que hablamos -y el fiscal lo subraya en sus conclusiones- sobre la baja resistencia a la frustración que aparece en la mayoría de casos. Y ahí son los padres los que tienen –tenemos- la pelota en su tejado; reprimir, abroncar, prohibir y ser intransigente por norma es un error, pero dimitir, aflojar, hacer la vista gorda y ceder siempre puede resultar aún peor. Creo que eso sirve para todo, para los hijos y para la vida en general, y no miro a nadie en particular ni pienso en nada en concreto. Que cada uno deje volar la imaginación. Eso aún no es ilegal.
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