HOY JUEGAS

Hijo: sal y disfruta

Mientras los niños practican deporte para jugar, algunos padres ven en ellos al campeón que nunca fueron

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Carlos Márquez Daniel

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Disculpen que arranque con una repelencia. Si buscamos la palabra ‘deporte’ en la RAE, veremos que se habla de "una actividad física ejercida como juego o competición". Lo que no concreta el maldito diccionario es en qué momento de la vida se pasa de la práctica jacarandosa a la búsqueda histérica de la victoria. Y no es ninguna tontería si en casa tienes a varios seres humanos que todavía no pueden subirse a la mayoría de atracciones del Tibidabo.

Tarde o temprano te llegan los partidos del sábado. De lo que sea, pero en sábado, ahí, bien puestos, para joderte el fin de semana. Eso piensas tú, pero miras a tu hijo, o hija, y te das cuenta de que le va la vida. Aunque tenga cinco o seis años. Porque no busca competir, tan solo quiere ver a sus amigos. El bueno de Emilio Pérez de Rozas ya les contó el delicioso caso del niño que marcó un gol y se volvió loco celebrándolo. Era en propia puerta, pero qué demonios; un golazo. Da gusto verles, todos detrás del balón, sin ningún orden, con el entrenador desesperado, hablándole a un rebaño de ovejas sordas que se mueven como hordas de estorninos.

A tempranas edades, sin embargo, ya se distingue algún padre con un inquietante nivel de exigencia. Presiona a su chaval como si tuviera a Jorge Mendes oteando desde la grada. Viene a la cabeza el papá de André Agassi (qué bueno su libro, por cierto). O de tantos otros. Nadie les dice nada porque la educación es personal e intransferible. Aunque no será por falta de ganas: oiga, que la pelota es casi tan grande como su hijo, dele un respiro. Pero igual te ganas un porrazo, porque ellos ven en su pequeño al campeón que nunca fueron. Quizás eso que no cuenta la RAE, la edad del cambio de chip, el momento en el que al niño se le achinan los ojos y se le agarrota el gesto, tenga más que ver con el entorno que con la ambición del propio niño. No hay nada malo en que queramos que sea el mejor, pero hay que dejar que disfruten (menuda obviedad...). Y que de ellos brote una sana competitividad. Una cosa está muy clara: Messi es único. Y nuestros hijos, también.