Dos miradas

Hereu y los espejos

EMMA RIVEROLA

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Desde el fiasco de la Diagonal, Hereu se encuentra en la sala de los espejos del Tibidabo. Allí fue desterrado por una funesta táctica en forma de referendo que no supo prever: ERC impuso la consulta y CiU, en un habilidoso regate, pasó de la defensa enérgica al rechazo feroz en el último momento y dejó a Hereu y su equipo en fuera juego. El alcalde hizo lo más digno que podía: asumir el error de un referendo que él no ideó.

Desde entonces, Hereu trabaja entre reflejos grotescos y ridículos de sí mismo. Poco parece importarle a nadie que el alcalde de Barcelona pueda aportar una ecuación que, hoy en Europa, suena a milagro: arcas solventes más política social. Así, la foto de un hombre orinando en Ciutat Vella se antoja más relevante que duplicar las guarderías en una legislatura o que 50.000 barceloneses puedan vivir más tranquilos merced a la teleasistencia.

Entre los espejos que le acosan, hay uno especialmente doloroso. Un cristal velado, opaco, que se niega a reconocer ninguna imagen de Hereu, ni siquiera la real. Montilla calla. Su silencio suena a derrota. A parálisis. A falta de ideas. Y se suma al perverso juego de las deformidades. Haciendo aún más grande la imagen de soledad del alcalde y empequeñeciendo su autoridad. Montilla, más que ningún otro, debería saber de sobras que mientras él enmudece, la oposición habla. Y los ciudadanos escuchan.