El peso de la guerra civil

La herencia

Muertos y desaparecidos, aunque nadie los nombre, habitan entre nosotros. Sus fantasmas nos acompañan

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ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Todos cargamos con ella, aunque nunca la hayamos visto. No es una herida como dicen algunos, ni una cicatriz, aunque nos acompañe bajo la piel como una marca de nacimiento. Es mucho más que eso. Determina nuestra vida común, nos predispone, queramos o no, a repetir creencias y reacciones. Los expertos dicen que en España no hay quien no haya recibido su parte, porque está irresuelta. Su origen nos precede. Aunque no fuéramos sus protagonistas, ni la eligiéramos, aunque hayan pasado ocho décadas, está viva y nos condiciona. Nos la dejaron nuestros padres, que a su vez la recibieron de los suyos. Creemos que está superada, algunos insisten en que no es necesario hablar de ella y sin embargo…

IDEAS TRANSMITIDAS DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN

Sin embargo, cada vez que en este país se estrena una película o se publica una novela sobre el tema, las chispas saltan. Últimamente le ha tocado a Javier Cercas. Su excelente novela El monarca de las sombras ha recibido ataques tan furibundos que una no puede dejar de pensar que hay mucha neurosis detrás. Es interesante seguir las críticas y el debate, revelan que la herencia está tan viva y presente como si siguiéramos en 1939. Es la guerra civil y todas las ideas transmitidas de generación en generación no a base de palabras, sino de silencios.

AGUAS QUE SE ENTURBIAN CUANDO SON AGITADAS 

Estudios como Desenterrar las palabras de Clara Valverde Gefaell  o la compilación de Anna Miñarro y Teresa Morandi Trauma y transmisión prueban que los efectos de la guerra, la posguerra y la dictadura están activos en la subjetividad de los ciudadanos de hoy, que nuestra convivencia y nuestros temores están lastrados por el trauma de la violencia soportada por nuestros antepasados sea como perpetradores, víctimas o espectadores. ¿Cómo se ha hecho esa transmision si no es hablando? Mediante otras formas de lenguaje, el corporal, el de los tabús, el de lo que intuitivamente comprendemos desde niños que no se debe nombrar. Un abuelo fusilado, una tía represaliada, el vecino encarcelado, aunque no se les recuerde, están, porque lo que no se dice y no se elabora queda pendiente. Sumergido en el fondo de un mar cuyas aguas nunca se purifican, en cuanto son agitadas se enturbian. Es la memoria inconsciente transmitida de padres a hijos, de hijos a nietos. Quizá a muchos les parezca brujería. ¿Qué tiene que ver conmigo? dirán. Se ofenderán y tildarán reflexiones como esta de creencia extravagante, pero antropólogos, psiquiatras, sociólogos e historiadores lo han comprobado en otros países con enfrentamientos comparables y más conciencia, más voluntad de sanar y reequilibrar las fuerzas.

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Muertos y desaparecidos, aunque sean invisibles y nadie los nombre, habitan entre nosotros. Sus fantasmas nos acompañan. Si no fueran importantes, desmontar el Valle de los Caídos, la localización y apertura de fosas, el reconocimiento de los excesos cometidos por nuestros antepasados, no serían asuntos controvertidos, se abordarían sin más. Pero no lo son. La ley de memoria histórica fue un intento de asumir esa conversación y expresar lo reprimido durante décadas, pero no terminó de culminarse. Acabó quedándose corta y el Gobierno de Rajoy prácticamente la ha desactivado. Pero la demanda sigue ahí y, aunque las autoridades no cumplan el mandato, hay ciudadanos como Javier Cercas dispuestos a escarbar en su memoria familiar y sacar a la superficie ese lodo. Aunque duela, aunque no sea bonito de mirar, aunque no estemos orgullosos porque lo que descubramos sea todo menos noble o heroico.

ROMPER LA CADENA DE MALENTENDIDOS

En El monarca de las sombrasCercas indaga y documenta la memoria de un tío abuelo falangista muerto en la batalla del Ebro. Algunos han acusado a Cercas de fascista, por hablar de su tío falangista e intentar comprender y ordenar hechos de los que apenas había escuchado algo similar a una leyenda, como si explicar la mentalidad de los ganadores fuera ponerse de su parte. Yo alabo su esfuerzo, compensado con el resultado de una novela apasionante. Cercas desnuda esa herencia recibida de una familia franquista. La asume, en la medida de lo posible, para poder romper la cadena de malentendidos. No es algo que en nuestro país abunde. No nos gusta ponernos en la piel del otro. Nos es más fácil dividir, buscar posiciones encontradas, atacar con rabia o defendernos con miedo. Esas actitudes, según los expertos, son síntomas característicos de poblaciones con duelos pendientes, que no superaron sus traumas. Revivir el pasado no tiene sentido si no es para vivir mejor el presente. Hay que dar gracias a Javier Cercas por, quizá sin pretenderlo, obligarnos a hablar de lo que no hemos hablado suficiente.