Dos miradas

El helicóptero

Obama sabía que aquello de Trump sobre «la carnicería de América» se refería a él. Y aguantó. Resistió e incluso llegó a sonreír

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hay una escena que explica el nivel del impacto que ha causado el acceso a la presidencia de Estados Unidosde Donald Trump. Barack Obama ya está dentro del helicóptero que ha de despegar desde el Capitolio hacia la jubilación. Trump y su mujer han despedido definitivamente a la pareja presidencial (o expresidencial, para ser precisos) y suben de nuevo a lo alto de las escaleras del edificio. Justo en ese instante –y no antes– se instala la idea de que Trump manda. Que ya está solo y que no hay nada que hacer. Antes de ese momento –admito que como producto de una cierta ingenuidad– la sola presencia de Obama suaviza la herida. Su dignidad, un profundo respeto no solo por la institución sino también por la forma, hizo que escuchara sin inmutarse, sin perder los nervios, el discurso milenarista de Trump. Cuando el presidente electo, que ya había jurado sobre dos biblias enteras –desde el Génesis al Apocalipsis–, describía el paisaje casi posnuclear de la desolación y la pobreza americanas, Obama sabía que aquello de «la carnicería de América» se refería a él. Y aguantó. Resistió e incluso llegó a sonreír.

Pero cuando el helicóptero despega, constatamos que Trump está allí, altivo y pendenciero, arrebatado, con el recuerdo de los gestos que acaba de ejecutar (con un aire a medio camino del boxeo y la chulería) en la ceremonia inaugural de su mandato. Y con la previsión de lo que vendrá después, de lo que ya ha empezado a llegar.