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Hay que jugar a ser Santiago Lorenzo

Un par de días en la casa, y en la novela, del autor de la estupenda 'Los asquerosos'

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Miqui Otero

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El reloj de la cocina da otra hora (no hay prisas, ya marcará la buena un par de veces durante el día), pero son las siete y media cuando Santiago Lorenzo dispone sobre la encimera varios aperos culinarios. Ahora desplaza el émbolo para que por la boquilla de estrella asome la masa dulzona. Cuando miro la caja de la churrera que está manejando, leo: '!Churros!' Así, con dos signos admirativos haciendo el pino.

Mi anfitrión ya me había avisado de que merendaríamos churros, pero no de que la caja de la churrera con su errata, y también esta escena con su humor, serían tan genuinamente Santiago Lorenzo: la carcajada irónica ante lo aparentemente sencillo, que siempre es lo más difícil. Cuando algo falla y tú te ríes.

En ese momento, hace un año, Santiago no me cuenta que el protagonista de 'Los asquerosos', su nueva novela, que este miércoles sale a la venta, va a buscar una churrera similar a esta en las primeras páginas. Tampoco que tras un lance con un policía antidisturbios, se mudará, como él, a una casa de una aldea perdida. Ni que, también como mi anfitrión, allí encontrará, sin aspavientos neorrurales ni buscarlo demasiado, que cuanto menos tiene, menos necesita, que "se puede llamar feliz a quien, gracias a la razón, no teme ni desea", que "la vida de los ocupados es muy breve".

Las dos últimas frases son de Séneca, que lamentablemente jamás probó los churros de Santiago y que no tuvo la posibilidad de leerlo ni la suerte de tratarlo. Yo, que sí la tengo, hago ese fin de semana un montón de cosas que había olvidado que se podían hacer. No comer trufa blanca con bogavante ni montar en segway o probar drogas químicas, sino devorar churros, trastear con soldaditos de plomo (fíjate, si pintas bien a este nazi parece un carlista) en la sala de sus maquetas o salir a pasear. ¿Cuándo fue la última vez que paseaste?

En los paseos hablamos de esa otra novela de Galdós que arranca así: "Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando". Y uno deja de ser niño cuando deja de meterse debajo de la mesa de la cocina y decir casa. Así que jugamos, como aprende a jugar de nuevo el protagonista de esta novela, que parece que se divierte "porque algo hay que hacer".

Cuando llegan los vecinos del domingo, los espiamos como viejas del visillo, hablamos de qué querrá decir la gente cuando infla pulmones para decir "calidad de vida" en las terrazas y de por qué escriben "aquí, desconectando" en fotos rurales que van a subir a internet después de mendigar wifi en el hotel. Sí, todos podemos ser algo asquerosos. Y Santiago despliega sus juegos de palabras, que son la única arma que algunos tenemos cuando son las razones de ser más importantes las que están en juego. También me enseña a disparar con una escopeta de juguete artesana cuyo gatillo es una pinza de la ropa. Y los días parece que pasan más lentos, que es lo que pasa cuando desde fuera parece que no pasa nada y tú disimulas porque te lo estás pasando pipa así que no quieres que pasen.

Lorenzo, un escritor único aquí y ahora, y si me apuras allí y antes, explora como nadie los mecanismos de la precariedad. Y en el caso de 'Los asquerosos', la reinterpreta sin puchero, liberada de la lógica del deseo y la recompensa capitalista. Quien no tiene nada, no tiene nada que perder. No es lo mismo el precio de algo que su valor. Uno no puede ponerse serio para explicar el absurdo, pero sí hacerlo con una comedia triste.

¿Os imagináis a un escritor que haga solo eso, jugar y escribir? Lorenzo no ha escrito una novela sobre la pobreza, sino sobre la riqueza de otro tipo de vida. La vive y la ha escrito y por eso está llena de vida, de esa otra vida. Y eso, saber mostrártela, es lo que hacen los grandes libros, como este, y los amigos generosos, como aquel. La vida será un churro, pero según cómo la escribas o la leas, !churros!, merece la pena ser vivida.