A pie de calle

Hay memorias que olvidan

El deber de memoria se prolonga en repensar nuestro tiempo teniendo en cuenta una barbarie como la cometida en Auschwitz

Un guardia SA amenaza a presos políticos recién llegados a los primeros campos de concentración, en 1933.

Un guardia SA amenaza a presos políticos recién llegados a los primeros campos de concentración, en 1933. / periodico

Reyes Mate

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Las exposiciones como los museos pueden ser un viaje al pasado o un traer el pasado al presente, que no es lo mismo. Ejemplo del primer caso es el Museo de la Memoria de Santiago de Chile. El visitante es introducido en un tiempo pasado que le absorbe ciertamente pero que poco o nada tiene que ver con el presente. Su lema es Érase una vez. Todo lo contrario de quien se adentre en la Casa de la Memoria de Medellín (Colombia). En ella el pasado está vivo. La vida de la ciudad está vinculada al pasado violento que tuvo lugar en ese mismo espacio. Se invita al visitante a que tome la palabra y cuente cómo lo vivió y cómo ese pasado ha macado su biografía.

Madrid ha sido elegida para una monumental exposición Auschwitz que se paseará por otras 13 ciudades europeas y americanas y cabe preguntarse si es una viaje al pasado o una interrogación al presente. Hay que decir que es una potente muestra de lo que fue la barbarie nazi, muy bien contada e ilustrada. El visitante sale de la exposición como Don Quijote de la cueva de Montesinos. El hombre pensó que había pasado dentro varias jornadas cuando en realidad, como bien le recuerda Sancho, solo fue poco más de una hora, menos que el tiempo del recorrido por las salas de la exposición. Sale efectivamente abrumado porque no se visita este pasado como quien va a un parque temático. Aquí se hace una experiencia. Una película como 'La lista de Schindler', de Steven Spielberg, impresiona ciertamente. Las imágenes del filme nos invaden sin que poco o nada podamos hacer a cambio.

Exterminio en la culta Europa

Aquí es distinto: el recorrido es como una lluvia fina que nos va calando en un diálogo interior insustituible que nos obliga a preguntarnos cómo fue posible que en la culta Europa tuviera lugar tamaña barbarie. Casi un millón de judíos fueron exterminados en Auschwitz. En esa fábrica de muerte había días que se asesinaron a 12.000 deportados. En esta exposición las impresiones se metabolizan en experiencia.

Al final del recorrido imágenes de supervivientes  invitan a detenernos un momento para recoger su mensaje testimonial: que no olvidemos. El precio de la visita no son los euros del billete de entrada sino el deber de memoria. Ahora bien, si algo ha quedado claro en la ingente reflexión mundial que ha desencadenado este acontecimiento que llamamos Auschwitz es que el deber de memoria no se agota en el recuerdo de las víctimas sino que se prolonga en la obligación de repensar nuestro tiempo teniendo en cuenta la barbarie que cometimos. Esto afecta, de lleno, a Europa, teatro de la catástrofe.

No se puede pronunciar Auschwitz sin pensar en otra Europa. Y, en esto, la exposición de Madrid es muda. El nacionalsocialismo llevó al extremo ideales identitarios basados en la tierra y en la sangre, ampliamente compartidos. La memoria de Auschwitz conlleva, como no se cansaba de repetir Jorge Semprún, convertir a Europa en un espacio transnacional construido desde la razón y la libertad y no desde los cuatro jinetes de apocalipsis que la habían llevado a su destrucción (la sangre, la tierra, la religión y la lengua). De esa Europa no hay noticia en la exposición.

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