El turno

Háblame bien que no te escucho

NAJAT EL HACHMI

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Hace unos años una amiga mía de Vic bajó a Barcelona para trabajar de peluquera. Al principio su acento exótico hacía gracia a las clientas, pero pronto la dueña le pidió que lo cambiara, que sonaba de campo. A nosotros nos sorprendía tal afirmación si precisamente eran los de Barcelona los que hablabanmal. Nos dolía en los oídos la ausencia de vocales neutras o el ensordecimiento de la mayor parte de las eses, por no citar el uso excesivo de castellanismos y la ausencia decardarofotreinsertado en cada frase. Esta percepción nuestra denotaba prejuicios lingüísticos muy comunes. Para empezar, encontrábamos incorrecta esta variante por relacionarla con una influencia del castellano, lo que evidencia una intransigencia muy habitual aquí en cuanto atañe a la consideración de lo que eshablar bienohablar mal: la de los acentos. En general, que un no nativo articule el catalán sin ningún marcador de procedencia es un hecho que recibe elogios y aplausos de los catalanohablantes de pura cepa, con una admiración reverencial.

Todo esto viene a cuento de las palabras deArtur Masreferidas a los que, siendo de Andalucía o Galicia, ni se les entiende. Parece que elpresidentsufre el mismo prejuicio que nos afectaba a nosotros cuando íbamos de Vic a Barcelona: hablar una variante dialectal diferenciada es sinónimo de hablar mal porque hay unos, que evidentemente suelen ser los que toman el micrófono, que tienen el privilegio de hablar bien. Y lo que es destacable de la frase deMases que pusiera el acento en los hablantes y no en el oyente. Elmolt honorableno dijo que él no fuera capaz de entender según quétopolectospor estar poco acostumbrado, sino que algunos no hablan bien y por eso no les entiende. Como si yo ahora me pusieraSa bona cuina amb Paquita Tomàs, de IB3, y dijera que no sabe hablar porque yo no entiendo su mallorquín.