La guerra y la paz de Obama

Barack Obama, durante su discurso de despedida en Chicago.

Barack Obama, durante su discurso de despedida en Chicago. / periodico

RAFAEL VILASANJUAN

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Empezó su mandato recibiendo el Nobel de la paz, pero el legado de Barak Obama en política exterior ha estado marcado por la guerra. Heredó la de Afganistán, con la que EEUU salió a la búsqueda de los responsables de Al Qaeda que habían tirado las torres gemelas y la de Irak, a la que a pesar de haberse opuesto con fuerza como senador, su predecesor George Bush se lanzó sin un objetivo claro y aun menos trasparente.

Obama no es un hombre de guerra. No lo ha sido nunca en sus discursos y tampoco en el campo de batalla. Forzado por dos conflictos sangrantes aceleró su objetivo de restringir las intervenciones militares. Como consecuencia dejó Irak demasiado pronto dejando espacio a los radicales que crearon el Estado Islámico. De la misma manera en Libia apoyó la intervención para derrocar a Gadaffi  y sin quedarse a estabilizarlo, el país se ha sumergido en un caos aun mayor. Pero, en la doctrina de restringir intervenciones, Siria ha pagado las peores consecuencias. Aunque Obama apoyaba el final del régimen de Bashar el Assad, ingenuamente pensó que la fuerza de las primaveras árabes primero, y un proceso de paz abierto después en Ginebra, harían el resto. Con el conflicto sirio abierto en canal parece evidente que no intervenir, incluso cuando fue evidente el empleo de armas químicas por parte del régimen, fue un error.

Entre sus partidarios, las expectativas en política exterior del presidente Obama están lejos de satisfacer. Para sus detractores el balance es mucho peor. Pero aplicando el mismo rasero que a sus predecesores habrá que reconocer que la mayoría de los males a los que ha tenido que hacer frente no los ha creado él y aunque haya cometido errores su trabajo ha evitado muchos otros.

NO INTERVENCIÓN EN IRÁN

La misma doctrina de no intervenir ha sido un éxito en Irán, consiguiendo un acuerdo para frenar la carrera nuclear, que aunque cuestionado por sus críticos y por Israel, nadie es capaz de intuir una alternativa mejor. Diplomacia paciente por encima de la fuerza que le ha llevado a algunos acuerdos históricos y a la apertura de relaciones con países autoritarios como Myanmar y sobre todo a romper el aislamiento de Cuba con la perspectiva de abrir nuevos horizontes y libertades a sus ciudadanos.

Con todo al margen de revertir una recesión económica mundial hay otros dos aspectos que pueden haber cambiado el futuro de la agenda global para siempre. El primero es el cambio de eje de Europa hacia India y el sudeste asiático. Aquí apenas ocupa titulares pero en la región, equilibra el peso de China y avisa a Corea del Norte que va a seguir muy vigilante. El segundo, mas importante aún para todos, fue el liderazgo para alcanzar un acuerdo en la cumbre de Naciones Unidas del cambio climático por el que prácticamente todos los países, incluida China, se comprometen a controlar sus emisiones. Un objetivo que resalta el perfil de un hombre que pretende un mundo capaz de avanzar hacia la paz, a pesar de todas las guerras en las que nunca quiso luchar.