El turno

Groucho: "¿Le molesta que no fume?"

JOAN OLLÉ

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El uno de enero es un buen día para tomar grandes decisiones: aprender chino, apuntarse a un gimnasio o dejar el tabaco. El Gobierno, que tanto nos quiere y cuida, ha tomado una por nosotros: a partir de la cabalística cifra del uno del uno del once aquí no fuma ni Dios. O mejor dicho, del día dos, porque sería muy feo en pleno cotillón, justo después de las uvas y los besos, no conceder al condenado a muerte su último deseo.

En breve la expresión «café, copa y puro» pasará a la historia; tal vez a eso se debió el reciente y desenfrenado bailongo deMarina Gelicon Supermontilla. Podremos todavía fumar en la sobremesa doméstica, pero -como decía mi padre- un gintónic no sabe igual en casa que en la barra de un bar. Nos quedará también la opción de hacernos socios de un club de fumadores, como un parnaso de apestados que se reúnen a escondidas para compartir su vicio y pena, pero ningún camarero nos servirá bebida para no contagiarse, aun siendo él fumador, de nuestro aire enfermo. ¿Nos podrán servir el desayuno en la habitación de fumadores del hotel o lo dejarán en la puerta como no ha mucho se hacía con los zapatos?

La nueva ley acepta tres paraísos fiscales para el humo: los hospitales psiquiátricos y geriátricos (antes, manicomios y asilos) y la cárceles de presos (ahora, reclusos o internos). Los viejos, locos y delincuentes nos cuestan mucho dinero: que se mueran. La picaresca puede volver a primer plano: acumular multas por contaminar lugares públicos, no pagarlas, que nos manden a la cárcel y allí, a pensión completa, fumar cuanto nos plazca.

También dicta la ordenanza que la televisión no emita imágenes de persona alguna con un pitillo entre los labios: no veremos nunca más por la pequeña pantalla (ahora, grande) a donSantiago Carrillo,que renegó deStalinpero no deStuyvesant.Siempre nos quedarán los clásicos: conHumphrey, Haddock yGrouchoaún no se han atrevido.