Presos de la emoción
Gracias, Bartleby
Necesitaba tiempo para ordenar mis ideas, para contrastarlas, para llegar a la conclusión de que había un grado excesivo de emocionalización en todo lo que estaba sucediendo
Una tarde, un viernes a finales de octubre, estaba en Fráncfort tomando café con una amiga. Era el 27 de octubre, así que, si la aceleración de los hechos en los últimos meses no les ha hecho perder la noción del tiempo, como a veces me pasa a mí, sabrán que estoy hablando del día de la DUI.
Aunque teníamos muchas cosas de que hablar, estábamos, por supuesto, pendientes del tema, siguiendo las noticias a través de los móviles, preguntándonos qué pasaría, qué consecuencias podría tener. Bien, creo que como tantas personas en ese momento.
No habrían pasado 15 minutos desde la declaración de Carles Puigdemont cuando sonó mi móvil. Me llamaban de una emisora de radio alemana para saber mi opinión. Les dije que prefería no hacerlo, que era todo demasiado reciente y, por lo tanto, más que una opinión lo que tenía eran sensaciones, sentimientos. «Estupendo», respondió la periodista, «eso es lo que queremos».
Le repetí que no creía ser en ese momento una interlocutora adecuada para un programa de opinión política porque, insistí, necesitaba tiempo para asimilar la información, para valorarla, para ponderarla, para razonarla, en definitiva para pensar, que es una condición indispensable para tener una opinión, diría yo.
«No, sus emociones también le van a interesar mucho a nuestro público», me dijo. ¿Por qué? ¿Qué interés puede tener un balbuceo desconcertado? Así lo comenté. «Es que en la entrevista anterior nos parecieron muy interesantes sus puntos de vista». Pero en la entrevista anterior había tenido tiempo para lo que me faltaba ahora, para pensar. Para ordenar mis ideas, para contrastarlas, para llegar, entre otras, precisamente a la conclusión de que había un grado excesivo de emocionalización en todo lo que estaba sucediendo, que impedía pensar con claridad. No iba a caer yo misma en ello. «Preferiría no hacerlo», repetí ante el apremio por captar una reacción emocional por mi parte. La periodista cejó en su empeño, me dijo que me llamarían tal vez en unos días para escuchar mi opinión más reposada, pensada. No lo han hecho.
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