Un gigante tambaleante

La falta de una política exterior común debilita el poder blando de Europa frente a sus competidores

La cancillera Angela Merkel y el expresidente de EEUU, Barack Obama, el 24 de abril del 2016 en Hanover.

La cancillera Angela Merkel y el expresidente de EEUU, Barack Obama, el 24 de abril del 2016 en Hanover. / periodico

ALBERT GARRIDO

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“Nosotros no coligamos estados, nosotros unimos a las personas”, declaró Jean Monnet en los albores de lo que hoy es la Unión Europea. Alcanzar el ideal de la ciudadanía europea era esencial para afianzar el proyecto, preservar el orden liberal y ahuyentar los fantasmas de la guerra. Hoy las metas son las mismas, pero las amenazas son mayores a causa de tres factores concomitantes: la presión interior de los populismos de extrema derecha, la falta de una política exterior auténticamente europea y la pinza ruso-estadounidense que persigue debilitar Europa. Una pinza impensable en los tiempos del Mercado Común, con la lógica de la guerra fría en todas partes y sin economías emergentes a la vista, salvo la japonesa.

Con demasiada frecuencia transmite la UE la imagen de un gigante tambaleante. A pesar de los cifras -510 millones de habitantes, PIB de 14,8 billones de euros-, la influencia de su poder blando tiende a disminuir frente a las estrategias de seguridad de sus competidores en regiones como Oriente Próximo. Las advertencias de Timothy Garton Ash acerca de la necesidad de que Europa defienda la vigencia de las sociedades abiertas ha cobrado todo su sentido a partir del triunfo de Donald Trump, convertido en el agitador que agavilla a los euroescépticos, invoca el proteccionismo y alienta la pretensión de Rusia de erosionar el poder de la UE mediante el apoyo a los nacionalismos xenófobos allí donde arraigan. Pero la UE soporta su propia epidemia nacionalista, y eso la debilita.

No dispone Europa de herramientas de persuasión propias más allá de su peso económico y tecnológico. Carece de una defensa propia, porque la OTAN es una alianza que responde al enfoque estadounidense de la seguridad, carece de una sola voz en las grandes crisis y carece de representación unitaria en las Naciones Unidas y otros grandes foros. La variedad de solistas europeos en la economía global apenas se percibe como un lastre -las multinacionales hablan un idioma propio y no conocen fronteras- y el euro resiste a trancas y barrancas, pero las disonancias son evidentes en la política global.

REPLANTEAR LA SEGURIDAD

Para los partidarios de ver la botella medio llena, el desafío del terrorismo global ha introducido un elemento de corrección significativo en la unidad de acción, pero en cuanto la crisis de los refugiados se ha enfocado como un problema de seguridad, los estados, sobre todo los del Este, han sembrado la desunión: han aceptado el acuerdo con Turquía para que almacene a una multitud de desposeídos camino de Europa, pero han impugnado los planes de acogida de quienes se encuentran en suelo de la UE. El efecto inmediato ha sido la vinculación de Europa a los intereses de Turquía, la amenaza de Recep Tayyip Erdogan de desentenderse de lo pactado -un chantaje- y, al mismo tiempo, la desorientación de la OTAN.

Aun así, con todos los problemas de cohesión interna que se quieran poner de manifiesto, no hay alternativa a una Europa unida basada en la diversidad, con altibajos y sacudidas como ha sido la norma hasta hoy. “Los países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables”, afirmaba Jean Monnet al nacer el Mercado Común. Este dato, el de la dimensión de los estados, sigue siendo fundamental: frente a los gigantes de la economía, el PIB de Alemania, el mayor de Europa -3,7 billones de euros- es la tercera parte del de China y menos de la cuarta parte del de Estados Unidos. ¿Qué decir a la vista de este otro dato: la población de la UE es solo el 7,1% de la mundial? Solo cabe una respuesta: la unión es una necesidad y el 'brexit' debiera ser una anomalía.