La gente no se lo merece

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, en la rueda de prensa en la que se anunciaron los últimos cambios en el Govern.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, en la rueda de prensa en la que se anunciaron los últimos cambios en el Govern. / periodico

ALBERT SÁEZ

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El estereotipo dominante en estos lares establece que los independentistas en Catalunya son una pandilla de fanáticos exaltados que se dedican a gritarle a la gente en las redes sociales, sin ningún tipo de miramiento democrático y que pretenden apoyar el próximo 1 de octubre un “golpe de Estado” para instalar en este país un régimen autoritario, mitad nazi y mitad bolivariano. El pensamiento dominante dice además que esta gente son una masa aborregada que desde el año 2010 está controlada por una pandilla de corruptos que les empujan desde las instituciones y los medios públicos de comunicación hacia el precipicio de la ilegalidad y el caos para librarse ellos de la cárcel y salvar sus fortunas en los paraísos fiscales. La última moda dominante es que ese golpe de Estado no se va a poder materializar porque entre los dirigentes del motín se ha instalado el pánicoel pánico gracias a la impoluta actuación de un Estado de derecho que llama de madrugada a un teatro para recoger una factura, recuerda por carta a sus funcionarios municipales lo que es su obligación esencial de cumplir la ley –cosa que no ha hecho ante una epidemia de más de 700 casos de corrupción, la mayoría urbanísticos y muchos en la misma Catalunya-  y pone en marcha una parodia de procedimiento judicial en un tribunal administrativo controlado por exministros y sus familiares para embargar los bienes a quienes fueron exculpados del delito de malversación de fondos por la justicia ordinaria.

Lo más triste de este asunto es que finalmente algunos de los propios protagonistas se han creído el relato de sus antagonistas. Cuando el debate debería ser si es posible tomar una decisión de naturaleza tan grave como la independencia de un territorio sin una legalidad clara, aceptada por quienes apoya el “sí” y por los que apoyan el “no”, con unas reglas homologadas internacionalmente y con la tranquilidad de que el debate político no comportará una ruptura social, resulta que los más relevante es el miedo de unas 200 personas a cometer actos políticos o administrativos que puedan comprometer su patrimonio personal. Una inquietud humanamente comprensible pero que no hace falta ser un fanático para darse cuenta de que estaba en la base del nombramiento por el que obtuvieron sus cargos hace solo 18 meses. Los 'consellers' del gobierno Mas del 2010 o del 2012 podían alegar que su jefe cambió de guion a media representación, pero los del gobierno Puigdemont del 2016 sabían a lo que iban. Eso nada tiene que ver con purgas de pureza ideológica, porque los mismos que ahora les defienden con este argumento los pondrían a caer de un burro si el ejecutivo catalán no intentara hasta lo razonable lo que había prometido a sus electores. Y lo dramático es que este episodio de tan bajos vuelos no se lo merecen los cientos de miles de independentistas que no salen nunca en la foto, gente tranquila y pacífica, que se levanta cada día para trabajar como los que no lo son, que defiende su causa con igual dosis de convicción que de talante democrático, que ha acudido a marchas a cambio de nada como los que defienden otras causas, que ha renunciado a votar a una formación por ideología para hacerlo por pragmatismo, que no le gustan las ilegalidades pero que no son lo suficientemente ingenuos para no saber bajo qué condiciones se dictaron algunos párrafos de las leyes vigentes y que quieren cambiarlas democráticamente sin saltarse los derechos de sus conciudadanos pero con unas reglas justas. Esa gente también existe y no se merece el espectáculo que están dando quienes dijeron que se prestaban a servir a su país.

Como decía hace poco en estas páginas el profesor Eduard Roig hace meses que en este debate estamos demasiado atentos al dedo y no miramos la luna. Esa estupidez del choque de trenes es en realidad un duelo de fragilidades. Nada se puede sin la ley puede ser tan cierto como que nada se puede solo con la ley. Quienes pretenden un referéndum sin las garantías deseables pueden ser tan irresponsables como quienes pretenden impedirlo acongojando a 200 personas. Siguen jugando este partido como si fuera una eliminatoria de copa cuando es una liga. Porque tampoco los federalistas, los autonomistas o los unitaristas de a pie salen demasiado en la foto. No son tampoco una pandilla de neofalangistas con el aguilucho en el reloj ni se dedican a boicotear lo que huela a catalán. Al contrario, son también gente pacífica que se levanta cada mañana como los independentistas para trabajar, que defiende su causa pacíficamente si la tiene y que duda de cuál es la mejor manera de defender lo que piensa: si aceptando un referéndum en condiciones o promoviendo un nuevo pacto entre esas elites ahora confrontadas. Esa gente tampoco se merece que la utilicen para ganar elecciones en el conjunto del Estado, para limpiar la mierda de la corrupción o para ganar un concurso de machos alfa con la Constitución en la mano. Vigilen, pues, quienes pretenden ganar la partida con tanta gente indiferente porque igual aquí inhabilitan en las urnas hasta el apuntador y algunos no tienen otra manera de hacerse con un patrimonio.