Tribuna

Es ahora, el cambio en Catalunya

GEMMA UBASART

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Dentro de unos años, cuando volvamos la mirada hacia atrás, veremos que hemos estado transitando tiempos acelerados, intensos y esperanzadores. A día de hoy, la Catalunya plural y mestiza, la de las mayorías ciudadanas, aquella Catalunya pionera en la defensa de los derechos políticos y sociales, puede volver a tomar las riendas del futuro. Nos lo dicen las encuestas, nos lo dicen los contrincantes políticos, nos lo dice la ilusión de las clases populares y medias empobrecidas... Los y las «sí se puede» pueden imponerse en las elecciones del 27-S. El anhelo de esperanza que brotó el 24-M en muchas ciudades, catalanas y del Estado, continúa más vivo que nunca.

En este contexto, Podem tiene mucho que decir. No somos un partido al uso, sino que nacemos como palanca de cambio. Es por eso que no tenemos ningún interés en quedarnos encerrados en discusiones internas de organización, sino que apostamos por hacer un trabajo hacia fuera, con otros, con generosidad y compromiso, y poner toda nuestra fuerza e inteligencia en la construcción de una alianza social y política del cambio que consiga una nueva mayoría a favor de la transformación política en Catalunya. Estamos ante un momento histórico; tenemos que ser muchos, tenemos que ser muchas, para hacerlo posible. No nos importa de dónde venimos -origen, identidad política, etc-, sino adónde vamos. No nos importa la etiqueta que llevamos. Necesitamos un Parlament y un Govern que ponga las instituciones al servicio de las personas, que abra puertas y ventanas para limpiar la corrupción y que nos reconozca como nación, como sujeto político propio. Y eso es lo que nos hace movernos.

Sabemos que no podemos reducir la política a una mera disputa electoral. La política es cotidiana y está presente en las diferentes esferas de nuestra vida: en el lugar de trabajo, en el hogar, en los espacios de ocio, etc. Y es ejercida por actores tan diversos como los partidos, los movimientos sociales o grupos de interés. Sabemos también que ganar unas elecciones no supone detentar automáticamente el poder. Los poderes económicos, financieros o los medios de comunicación no aceptarán plácidamente ciertas regulaciones de las instituciones públicas, por mucho que ellas sean las depositarias de la soberanía popular, y habrá que empujar fuerte desde diversas instancias sociales y ciudadanas.

Pero también sabemos que para poder materializar el cambio político es necesario ganar elecciones. Las instituciones públicas no lo son todo, pero el acceso a estas por parte de actores transformadores es el primer paso para virar con profundidad el curso de la historia. Ganar la batalla electoral no es condición suficiente pero sí necesaria. Y el momento es ahora. El intenso ciclo electoral del 2015 será clave para comenzar a disputar el cambio. Por primera vez, el consenso en el régimen del 78 se ha roto, y se abre la posibilidad de construir una nueva hegemonía.

El 15-M supuso la apertura de posibilidad, y es al tiempo una escenificación de esta ruptura y al tiempo un revulsivo para lo que vendrá después. Nos situamos claramente en un momento de importantes cambios respecto al pasado, ya nada volverá a ser como antes. Aquellos pactos de la transición se han agotado y será necesario reconstruirlos de nuevo. Y nosotros afrontamos este reto con tres valores bien presentes: la responsabilidad con las clases populares y medias empobrecidas, porque de ahí venimos y a ellas nos debemos; con generosidad hacia todos y todas aquellas que quieran participar, porque, como he dicho antes, tenemos que superar las siglas y sabemos que, en ocasiones, muchas sumas acaban generando multiplicaciones; y con ilusión, porque sabemos que el cambio es ahora.

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