En sede vacante

El gallo portugués, hecho añicos

josep Maria Fonalleras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hoy empieza otro campeonato del mundo de fútbol. Cuando era niño se llamaba Copa Jules Rimet y el trofeo tenía un cierto airedéco. Recuerdo haber roto un gallo portugués mientras veía cómo perdía, en Inglaterra, la selección deEusébio,a quien llamaban «la pantera negra de Mozambique». Tal vez lo he soñado, porque no sé muy bien si entonces, en 1966, había un televisor en casa y ni siquiera sé si los partidos se retransmitían en directo. El gallo, en cualquier caso, quedó hecho añicos. Recuerdo eso de aquel Mundial, y también las figuras deBobby Charlton yBobby Moore,y un gol fantasma y las camisetas ceñidas. Que te guste el fútbol tiene estas ventajas: eres capaz de viajar en el tiempo gracias a grandes heroicidades o pequeños detalles que regresan cada cuatro años, en el acontecimiento más esperado por todo el mundo, quizá más aún que unos Juegos Olímpicos. Recuerdo también el partido más vibrante, emocionante y tenso de toda la historia, esa semifinal del 70 entre Italia y Alemania que ganaron los primeros, en la prórroga, por 4 a 3. Y luego, la final, donde el Brasil dePelé, Jairzinho, TostaoyCarlos Albertopasó por encima de unos mediterráneos exhaustos con una exhibición colosal.

Me perdonarán tanta mitología. Me dejo algunos episodios, claro, para no hacerme más pesado, pero es que un Mundial no tiene punto de comparación. Es un torneo que, en un mes, crea un espacio de remembranza que perdurará a lo largo del tiempo. Los niños que estos días se embelesan frente a la pantalla podrán rehacer su imaginario sentimental a partir de las jugadas que conservarán en su memoria para siempre. Todo el mundo, en un rincón de su pasado, conserva roto uno de esos gallos portugueses tan coloreados, tan fastuosos, tan frágiles.