Al contrataque

Gafas

ANA PASTOR

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Percibía las miradas. Notaba como algunos se daban la vuelta. Podía escuchar algún cuchicheo al pasar y alejarse unos metros. Sentía como el corazón se le aceleraba y el bombeo de la sangre resonaba provocando un bum bum en su cabeza. Solo pensaba en salir de allí. Buscaba una puerta que le ocultara de aquellos ojos y aquellas bocas. Pero se dio cuenta al salir de que fuera todo seguía igual. Otros ojos y otras bocas. Pero los mismos reproches. Resonaban las mismas palabras y las mismas risas. Cuando creía que todo había terminado, comenzaba de nuevo esa tortura que tantas veces le había acompañado. Cuando era pequeño nunca pensó que la vida era aquello. Los años le mostraron la parte más bella pero también la más fea de los seres humanos. No terminaba de acostumbrarse a esto último.

Recelos y miedos

La última vez ocurrió en una entrevista de trabajo. Nada más verle le dijeron que se había producido un error y que la plaza ya estaba ocupada. Luego supo que el responsable de recursos humanos había comentado que la gente como él era más conflictiva que el resto de personas. «Son más conflictivos que la gente normal», dijo. Días antes le había ocurrido algo similar en la puerta de un restaurante. «Estamos cerrando», dijo aquel hombre. Pero él pudo ver que dentro algunos estaban empezando a pedir su comida.

¿En qué era diferente? ¿Qué era lo que provocaba tanto desasosiego en otros? ¿Por qué aquellos recelos y miedos hacia él? ¿Por qué había gente que cruzaba al otro lado de la calle o agarraba el bolso con fuerza al verle? La razón estaba clara. Llevaba gafas. Sí. Gafas graduadas para ver. Era algo terrible. Un insulto. Una ofensa para los que no las usaban. ¿Cómo se atrevía a pasear por las calles como si fuera un ciudadano más? ¿Quién le había dado permiso para existir en esas condiciones? ¿Por qué no se quedaba en su casa, entre sus cuatro paredes, y dejaba de incomodar al resto de ciudadanos de bien?

Hace unos días se celebró el Día Internacional contra la Discriminación. Afortunadamente, no hemos llegado aún a ese punto de estupidez en el que llevar gafas te convierte en un ser humano de segunda. Pero hay actitudes parecidas o iguales con respecto a la raza, el lugar de nacimiento o la religión que se profesa. Lo de las gafas no es idea mía. Red Acoge (que representa a 17 organizaciones que trabajan con inmigrantes y refugiados) ha vuelto a sorprender en su última campaña con unos vídeos en los que refleja esa disparatada ocurrencia de discriminar a alguien solamente porque lleva gafas. Datos: durante el año 2014, Red Acoge atendió a más de 250 víctimas tanto en casos individuales como colectivos. No por llevar gafas. Pero casi.