El futuro de la banca

GUILLEM LÓPEZ-CASASNOVAS/ CATEDRÁTICO DE LA UPF

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En la medida en que las nuevas plataformas tecnológicas hacen posible la oferta de servicios financieros, entra en cuestión el papel de la banca tradicional.Esta preocupación flotaba en el ambiente la semana pasada durante el 8º Simposio Internacional de Banca que organizó en Madrid el banco Santander. Amazon hace banca, lo hacen los fondos de inversión en la sombra, igual que las financieras de consumo o de compra de coches; todos están al orden día, igual que las grandes aseguradoras. Muchas de estas actividades, además, permanecen con poco o ninguna supervisión en la medida que quedan fuera de balance.

Evitar esta deriva, poniendo puertas al campo, no es fácil para el regulador ni para el supervisor, en un mundo en el que existen miles de millones de smart phones.smart phones Éstos son armas susceptibles de permitir la desintermediación financiera que no requiere la configuración de las entidades tradicionales. Mover recursos a través de una plataforma en la que por un lado se ingresa dinero y por el otro se recoge, con una contraseña (password) comunicado por telefonía simple, es así de simple. Dónde se deposita o se recupera el dinero es irrelevante, de hecho los contactos se pueden licitar. El valor añadido está en la nueva fórmula de intermediación. Alguien diría que el negocio se está deconstruyendo y esferificando en pequeñas y múltiples bolitas de cata subjetiva.

Amazon, Facebook y otros dicen estar preparados para sustituir la transacción de la banca tradicional. Y ésta (lo ha hecho recientemente Francisco González, presidente del BBVA) no ha ido más allá de decir que está preparada para utilizar la plataforma propia para vender otras cosas (libros, coches...). En reciprocidad, ambas vertientes del negocio pueden acabar olvidándose de que su razón de ser fundamental es la prestar servicio a los agentes económicos. Esta deriva, en la medida en que se concrete en estrategias de buscar al cliente del cliente bancario, a través de vincular ofertas con proveedores concretos, creando una cesta de un puñado de servicios distintos (vehículos, hogar, vida, vacaciones, ocio, viajes...) puede desenfocar lo que debe ser un verdadero servicio financiero, que es lo que le otorga su especial protección pública: coadyuvar el buen funcionamiento de la economía.

La utilización de celulares y smarts, pese a que aún choca con ciertas reticencias culturales en países menos desarrollados (fiablidad de mover dinero, explicar problemas de salud a través del móvil, aceptar formación impersonal abierta) tiende  hoy a una incorporación masiva de clientes potenciales a negocios que ya se otean. Muchos de estos clientes son iletrados en cuestión de números y pueden ser carne de cañón de las plataformas, de difícil regulación contra fraudes potenciales. La intermediación financiera requiere confianza y se basa en la buena reputación. El sálvese quien pueda y que seamos los contribuyentes los que resuelvan otra vez los estragos dejados por los desvaríos financieros entre los ciudadanos, debería ser un precedente suficiente para evitar nuevas aventuras.