Dos miradas

En la frontera

EMMA RIVEROLA

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Le apasiona su trabajo. Él lo llama vocación. Esta mañana,Pablose desayuna con algún eco informativo de la pomposa visita del Papa a Barcelona. Se sonroja. En realidad, hace décadas que se le suben los colores. A veces por vergüenza, otras por indignación. Siempre por tristeza. Él, como tantos otros, se siente en la periferia.

En esa frontera, convive con miles de religiosos que padecen el rechazo de su jerarquía y seglares que leen el Evangelio como una fuente de transformación del mundo. También comparte linde con reputados teólogos. Algunos de ellos, además de teorizar sobre el papel que debe jugar la Iglesia en el mundo actual, se han jugado el tipo y han perdido a compañeros de hábitos en la lucha por un mundo justo. Sueñan con una Iglesia despojada de riquezas que predique, luche y trabaje en favor de las víctimas. Pero, como todos los que no se ajustan a la visión más reaccionaria de las Escrituras, han sido condenados al ostracismo por la curia romana. No hay diálogo.

Pablocierra el diario y apura el café. Piensa que si el cristianismo fuera un país, todo se entendería mejor. El amor a la patria sería su orgullo. El enemigo, esa vieja oligarquía caduca y oscurantista que vive de espaldas al pueblo. Se despide con un beso de su compañera, la mujer a la que ama, pero con la que no puede casarse, y sueña con la palabra que describe su esperanza: democracia.