NÓMADAS Y VIAJANTES
Frankenstein en Dayton
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
Bosnia y Herzegovina es una bomba de relojería, un conflicto tan mal resuelto que en cualquier momento podría regresar a los titulares. Pese a los millones de euros gastados (que no invertidos) por la comunidad internacional, las causas de la guerra siguen latentes en un país sin ritmo económico ni político, con una juventud sin otro futuro que la inmigración y gobernado por el mismo discurso tribal que generó el desastre.
En diciembre se cumplen 20 años de la firma de los acuerdos de Dayton. Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea los siguen considerando un éxito porque, según ellos, sirvieron para poner fin a 44 meses de guerra; y ahí siguen, instalados en el autobombo, lejos de la realidad. La guerra la terminó la OTAN cuando decidió intervenir tras 40 meses de parálisis e incapacidad. A menudo confundimos paz con ausencia de guerra.
Bosnia es un Frankenstein político dividido en dos mitades: la Republica Srpska, que es la entidad serbia, y la Federación croata-musulmana que, a su vez, se subdivide en 10 cantones, cinco de mayoría bosníaca, tres croata y dos mixtos. Cada cantón es una unidad de corrupción difícil de controlar. Los croatas miran a Croacia, ya miembro de la Unión Europea, los serbios miran a Serbia, y los bosníacos no saben a dónde mirar. Todo está regulado en una Constitución que protege la etnicidad y que resulta imposible de cambiar. Bosnia es un país embutido en una camisa de fuerza. No hay reconciliación, solo parálisis.
FRACASO MORAL
Dayton fue un fracaso moral desde el primer momento. El entonces presidente de EEUU, Bill Clinton, y sus aliados europeos sentaron a firmar la paz a dos notorios criminales de guerra, el presidente de Serbia, Slobodan Milosevic, y su homólogo croata, Franjo Tudjman. A los arquitectos de la limpieza étnica les dieron la posibilidad de asentar unos mapas esculpidos en el asesinato y en el abuso. No fue una imagen esperanzadora. Lo que había en Bosnia en 1995 era cansancio de guerra.
Dayton entregó a los perpetradores de graves crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra dos símbolos de la barbarie: Foca, capital de los violadores de mujeres, quedó en la Republica Srpska; lo mismo que Srebrenica, donde se cometió la mayor matanza en suelo europeo desde el final de la segunda guerra mundial y que el Tribunal Penal Internacional de la antigua Yugoslavia en La Haya juzga como genocidio. No hubo si quiera justicia poética. Tampoco la ha habido para los desplazados y refugiados de las tres tribus: croatas, serbios y bosníacos, pues son muy pocos los que han regresado a sus casas.
El líder de la Republica Srpska, el incombustible Milorad Dodik, sigue jugando con la idea de una secesión, de romper amarras con el resto de Bosnia y unirse a Serbia. Ese era el sueño de los Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic, tres criminales en serie. En Belgrado gobierna una escisión del Partido Radical, cuyas milicias cometieron crímenes durante las guerras balcánicas y cuyo jefe histórico, Vojislav Seselj, ha pagado con la cárcel. Pese a sus delitos es un hombre popular en Serbia. Dayton no ha servido ni para aclarar los adjetivos: criminal no es lo mismo que héroe.
La escisión radical que gobierna cambió el nombre del partido y se vistieron de proeuropeos. La lideran el exnúmero dos de Seselj, Tomislav Nikolic, y el primer ministro, Aleksandar Vucic, quien hace poco tuvo que salir de Srebrenica en medio de lanzamiento de piedras. Vucic es de los que ha pasado de alabar a Seselj y otros criminales a disfrazarse de hombre de paz. Hay piruetas que no funcionan cuando quedan tantos asesinatos sin resolver.
La Republica Srpska es una pieza en un juego mayor. Forma parte de la partida de Rusia con Occidente a causa de Ucrania. Es posible que la suerte de Ucrania y la de los Balcanes esté más unida de lo que parece.
La llamada comunidad internacional no aprendió de Bosnia y repite errores en otras partes del mundo. Nos cuesta resolver conflictos. Sucede en Kosovo, Sierra Leona, República Democrática de Congo, Liberia, Haití o Sudán del Sur. En cuanto se van las cámaras se nos secan las ideas. Nos cuesta tanto porque los intereses inconfesables y la cobardía endémica están por delante de los valores y principios. Todo es teatro, simulación, la paz también.
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