Una bomba de relojería

Marine Le Pen.

Marine Le Pen. / periodico

RAMÓN LOBO

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Marine Le Pen no ha podido deslepenizarse del todo porque está en su ADN y es lo que exige su público, pero está en el camino de lograrlo. En estas elecciones ha conseguido algo que a medio y largo plazo resulta preocupante: blanquear el Frente Nacional. Su único error fue afirmar que los franceses no persiguieron a los judíos, una falsedad. Puede que se tratara de un arrebato negacionista o un guiño a su electorado más ultra.

En el agrio debate televisivo que mantuvo el jueves con Emmanuel Macron se esforzó en el personaje de mujer de derechas de toda vida. Trató de camuflar, no siempre con éxito, su yo autoritario, antieuropeo, racista, islamófobo y antijudío. En el plató estuvo impertinente, agresiva y mentirosa. Son valores que cotizan al alza. A los hooligans ingleses del 'brexit' les ha ido muy bien. Está extendido mezclar falsedades, emociones y tierras prometidas.

Macron la retrató en una réplica que debería despejar cualquier duda sobre el resultado de esta segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Francia. Marine le acusó de ser hijo político del socialista François Hollande, actual jefe del Estado y líder en impopularidad. Él respondió: “Usted es hija de Jean-Marie Le Pen y heredera de la ultraderecha”.

Hadley Freeman, columnista del 'The Guardian', lo resumió de esta manera hace días: “Le Pen es una revisionista del Holocausto de extrema derecha y Macron no lo es. ¿Decisión difícil?”.

¡PELIGRO!

Las encuestas indican peligro. Las cinco principales coinciden en que Macron ganará con el 59, 60 o 61% de los votos y que Le Pen perderá por 39, 40 o 41%. Veinte puntos parecen un margen seguro, pero está lejísimos del 82,21% de Jacques Chirac en 2002 cuando derrotó al padre de Marine, que quedó en un paupérrimo 19,88%. ¿Qué está pasando en Francia para que haya cambiado tanto en 15 años?

Hay tres factores que juntos han desestabilizado el modelo de democracia parlamentaria liberal que había funcionado razonablemente desde el final de la II Guerra Mundial, con alternancia de conservadores y socialdemócratas. La globalización, la crisis económica y la austeridad impuesta por los llamados mercados han borrado la frontera que separaba la derecha liberal de la izquierda moderada. Da igual votar a Hollande o a Sarkozy porque la receta es la misma, varía el sentimiento con que se aplica, las palabras de consuelo o las leyes mordaza. El dios ajuste no se discute.

La ciudadanía que padece la crisis y la dureza de los remedios dejó de sentirse representada por sus dirigentes. Añádase corrupción (en España dupliquen o tripliquen la dosis), paro masivo, sobre todo entre los jóvenes, el fracaso de los sistemas educativos y unas instituciones que no funcionan igual para todos y tienen el cóctel de lo que está pasando. Se trata de una bomba de relojería.

El axioma parece ser “si no tengo nada que ganar, tampoco tengo nada que perder”. Su único defecto es que es falso.

A los periodistas y a los encuestadores nos ha costado detectar el desencanto porque de tanto repetir lo que dice el poder nos hemos olvidado de los que dice la gente. Ha sucedido en EEUU con Donald Trump. Los indignados nos ven como parte del problema.

Macron no es un revolucionario, pero trae los matices de los que hablaba. Es, de alguna manera, un producto del mismo descontento. Como Marine Le Pen y, tal vez, La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Ser efecto de una misma causa no significa ser lo mismo pese al empeño de algunos analistas españoles.

Le Pen es hija de la Francia oscura que tuvo un papel lamentable durante la ocupación nazi, la que denunciaba a judíos o la cobarde que miraba hacia otro lado. Esa no es la Francia de Mélenchon. La suya sería la de los valores de la Revolución -ciudadanía, igualdad, libertad y fraternidad-, los de la Comuna y los de Mayo de 1968.

LA IZQUIERDA BUSCA SU ESPACIO

El hundimiento socialdemócrata en Europa ha abierto un gran espacio político a la izquierda. Tratan de ocuparlo los antiguos partidos comunistas, que andaban desnortados desde la caída del Muro y el colapso de la URSS, y los Verdes. Es una izquierda que aún busca su rostro, una narrativa y un discurso, si debe ser transversal o ideológica.

Transversal es Yanis Varoufakis, símbolo de esa izquierda rupturista y responsable, porque romper con políticas injustas que generan desafección es un ejercicio urgente de sensatez. Es capaz de pedir el voto a Macron frente a la izquierda ideológica que no se atreve y navega entre la abstención, el voto nulo o el no saber qué decir. No es una elección entre dos formas de entender la democracia. Está en juego la democracia misma.