Al contrataque
Foto fija actual de los 'indepes'
No hay planes para después del juicio del 'procés', salvo no renunciar al objetivo final en un pulso entre los resignados posibilistas y quienes se refugiarán en el delirio de la república latente
Antonio Franco
Periodista
Antonio Franco
1) Nadie más quiere ir a la cárcel. Nadie desea sumarse a los huidos en el extranjero. Quienes llevan las riendas y tienen los empleos del poder cuentan con seguir atornillados en primera línea esperando a que pase algo. Nadie sabe qué se espera, pero sí para cuándo, para el juicio a los encausados.
2) Nadie soporta ser tratado como traidor o cobarde. Nadie se arriesga a que se crea que afloja en relación al objetivo final de la independencia, pero esta ahora se acepta como más lejana y sin unilateralidad. Disimulo general de la complacencia cómplice con la nueva situación política que vive Madrid. Nadie quiere romper la tranquilidad de que gobierne Pedro Sánchez y que la exigua mayoría que lo aupó sea un frágil muro que frene los desbocamientos del PP y Cs en relación a Catalunya. Nadie se plantea dejar de apretar verbalmente. Gratitud silenciosa a Sánchez por su fina tarea de desacreditar la acusación de rebelión.
3) El alto mando independentista teme a su gente. Primero en ERC, donde la radicalidad consustancial a la mayoría de los espíritus constituye una amenaza latente cada vez que desde arriba se imponen estrategias de prudencia en nombre del realismo y al servicio de una posible mayoría electoral inmediata. Quienes administran los residuos de Convergència desconocen el grado de incondicionalidad sincera de su gente con respecto a seguir a ciegas a Carles Puigdemont. Pero no amaina el resentimiento contra Oriol Junqueras, que decantó por instintivo cálculo partidista que Puigdemont a la hora de la verdad no convocase las elecciones antidesastre.
4) Predomina un miedo abstracto más amplio al cabreo silencioso de la gente que primero fue excitada y más tarde decepcionada. Se la sabe consciente de haber sido engañada. Pero hay una realidad psicológica decisiva: esa base siempre considerará traición españolista reconocer una grieta negativa esencial en su propio campo.
En estas condiciones, ¿cómo se avanza hacia alguna parte? Todos confían en que sucederá algo en el juicio, algo milagroso que fijará por sí solo la ruta a seguir. Pero el independentismo intuye que el juicio acabará mal para sus intereses, aunque no se descarta que un golpe inesperado de justicia deshaga la acusación de rebelión aunque solo sea para evitar una vergüenza internacional pesadísima para la 'marca España'. Aun así, las penas y las inhabilitaciones serían duras, pero permitirían iniciar una nueva partida de pimpón -no perdida por cierto- en torno a los indultos.
No hay planes para después salvo no renunciar al objetivo final en un pulso entre los resignados posibilistas dispuestos a ganar tiempo gobernando una etapa autonómica lo menos vergonzante posible y quienes se refugiarán en el delirio de la república latente. Eso no será ni la paz ni el reencuentro. Eso, si llega, nuestra generación no lo verá.
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