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El foro de Davos y la guerra de las galaxias

CARLOS OBESO

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El Foro Económico Mundial (WEF) de Davos prevé pérdidas millonarias de empleos a causa de una cuarta revolución industrial que está llegando a su madurez pero que ya era una realidad en el año 1973, cuando Woody Allen, en  El dormilón, avanzaba las infinitas maneras en que la inteligencia artificial (IA) y  la robótica  (incluidos los coches sin conductor) podían afectar a nuestra vida, incluida la erótica.

Pero la robótica, o la IA, no son las culpables de las consecuencias de su aplicación. A las tecnologías les ocurre lo que a los cuchillos de cocina, sirven para pelar patatas o para asesinar. Depende de la intención de quien los maneje. El desarrollo de Neo, un robot programado para la enseñanza de idiomas, no es un imperativo tecnológico sino una inversión con objetivos que tienen su origen en los tiempos en que Allen rodaba su película. El 15 de agosto de 1971, el presidente de EEUU Richard Nixon firmaba el fin de los acuerdos de Breton Woods, abandonando el patrón oro y pasando a un sistema de cambios fluctuantes de divisas que provocó una enorme ampliación de dinero falso. Esto originó una especulación masiva y globalizada, en busca de beneficios altos a corto plazo. Una recreación de lo que Max Weber (1864-1920) definió como “el espíritu del capitalismo", indiferente a todo lo que no fuera pura rentabilidad. 

En los años 70 del siglo pasado, el capitalismo comienza una transformación, con un punto álgido en los 90, cuando por primera vez en las grandes corporaciones los accionistas institucionales superan al accionista individual, persona leal a la empresa donde invertía su dinero. El accionista lo era como el de Telefónica, y aunque no era un matrimonio de por vida se parecía bastante.

En el nuevo capitalismo, por el contrario, el inversor institucional salta de una opción de rentabilidad a otra. En 1965, los fondos de pensiones norteamericanos mantenían sus acciones en las empresas un promedio de 46 meses; en el 2000 la media era de 3,8 meses. Los accionistas institucionales se convierten en activistas vigilando a las empresas para que generen beneficio rápido al precio, entre otras cosas, de ganar en el uso flexible de su mano de obra. Es decir, institucionalizando la incertidumbre laboral como principio de gestión. En la película La herencia, el gerente propietario le dice a su madre “he pactado con el banco 150 despidos”, a lo que la madre replica “despide a 200 para que vean que vamos en serio”. O sea, cuanta más determinación en reducir personal mostremos, más inversión atraeremos.

Ni los robots, ni la inteligencia artificial son culpables de las pérdidas millonarias de empleo. El apoyarse en una especie de determinismo tecnológico es una excusa fácil para obviar la pregunta relevante de por qué vivimos en un modelo económico que produce riqueza a unos pocos a costa de la incertidumbre y precariedad laboral de muchos.

R2-D2 no tiene nada que ver con esta guerra.