Análisis

El complejo del equipo visitante

Más que la excitación del rival, sorprende la dificultad del Barça para igualar su intensidad

ERNEST FOLCH

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Cuando las victorias valían solo dos puntos, se daba por bueno lo que se conocía como media inglesa, es decir, ganar los partidos de casa y empatar los de fuera. Esta teoría estaba sustentada en un hecho real, y es que jugar en campo contrario era un factor en contra por la presión del público, el miedo del árbitro o el desconocimiento del terreno de juego.

Se suponía que con la desigualdad que hay actualmente en el fútbol español este desequilibrio se habría corregido, y sin embargo el Barça parece este año dispuesto a mantener vivo el denominado complejo del visitante, la clásica patología en la que el equipo se cree de verdad que los desplazamientos son en si mismos más difíciles que los partidos de casa.

Un serio aviso

Solo viendo los resultados nos daremos cuenta que esta temporada el Barça tiró la Supercopa en San Mamés, en la Liga perdió en Sevilla y Vigo y empató en Mestalla y en Cornellà, en la Champions terminó en tablas en Roma y Leverkusen e incluso en la Copa se dejó un 0 a 0 su visita al campo del Villanovense. Este sábado estuvo a punto de tropezar contra el Málaga, en un partido plano y gris que ya ha sido procesado por la plantilla como un serio aviso de cara al futuro.

Luis Enrique, poco dado a la autocrítica en público, admitió que el Barça había «sido inferior» y que «es difícil jugar peor que la primera mitad de hoy». Y es que el Barça estuvo una buena parte del partido a la merced de un Málaga que pareció sencillamente más motivado.

Sucedió lo mismo en Cornellà en el partido de Liga y en diversas fases del empate en Mestalla, como si al equipo le costara encontrar motivaciones para igualar la intensidad abrumadora del rival. Es cierto que el Málaga hizo un desgaste extraordinario y que, al igual que hizo el Espanyol en la Liga, jugó a un ritmo muy exigente físicamente, pero no es nada que el Barça no conozca ya de antemano: la única posibilidad que tienen la mayoría de sus rivales de equilibrar las fuerzas es aumentar la intensidad hasta el límite. Y es muy lógico que estos rivales estén especialmente motivados delante de su afición, en un campo que se conocen de memoria y cuando tienen delante al mejor equipo del mundo, algo que convierte un simple empate en una hazaña que puede dar la vuelta al mundo.

Por eso lo que sorprende no es el grado de excitación de los contrincantes, especialmente cuando juegan en casa, sino las dificultades que tiene el Barça para igualar su intensidad, empeñado como está este año en prolongar el mito del complejo del equipo visitante.

Cierto, con Messi en el campo los complejos están destinados a solventarse por la vía rápida, y basta un ligero frote en la lámpara del genio para arreglar el resultado. Pero del Barça se esperan soluciones colectivas y que tengan que ver con un nivel de juego que, fuera del Camp Nou y descontadas las apariciones de Messi, deja sensaciones preocupantes.