EL CONFLICTO CATALÁN

El fin de los románticos

En los últimos ocho años el Parlament ha consumido las legislaturas de manera convulsa y corta, entregado a un debate sin fin

Carles Puigdemont, en el pleno de suspensión de la DUI del 10 de octubre en el Parlament

Carles Puigdemont, en el pleno de suspensión de la DUI del 10 de octubre en el Parlament / JULIO CARBO

JOSÉ LUIS SASTRE

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En ocho años, los catalanes habrán ido cuatro veces a las urnas para elegir a sus representantes. Es una situación inestable, sin apenas avances sociales porque el Parlament consume las legislaturas de manera convulsa y corta, entregado a un debate sin fin. Cuatro elecciones en casi una década quiere decir que pasa más el tiempo que la política. Tras las últimas votaciones, que fueron en el 2015 e hicieron necesaria a la CUP para la mayoría independentista, el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) preguntó a los ciudadanos cuál era su percepción y respondieron con estos tres sentimientos: esperanza, ilusión y prudencia. Solo hace dos años de aquello y parece otra época, en la que se leían novelas románticas. Ahora leemos drama y ensayo, lo mismo libros de Historia que cómics de Tintín. Realismo, aunque sea mágico. 

Hace dos años, según el CEO, el 34% de los catalanes fue a votar por ideología y el 21% lo hizo, directamente, para lograr la independencia. ¿Cómo se votará ahora que estamos en medio de todas las excepcionalidades? ¿Cuál será la principal pulsión que llevará al voto el próximo 21-D? La respuesta nos dirá cómo y con quién pasaremos las próximas Navidades, pero la pregunta es qué queda de esperanza, ilusión y prudencia entre los electores si todas las promesas que puedan hacer han sido ya contrastadas con la realidad más cruda, si ha pasado para todos la hora de la verdad. Habrán transcurrido dos años tan solo, pero hemos envejecido deprisa. Sobran los eslóganes y a lo mejor sobra la campaña misma, porque se distingue ya quién promete lo que no puede y qué lugar ocupa cada uno en el momento correspondiente.

Resultó irónico que, con las citas que ha tenido Catalunya con las urnas, contrariara tanto una nueva convocatoria electoral, pero aquella decisión cambió la lógica del escenario. Es verdad que nada es normal: lo que se entendía que era el procés ha muerto como tal, el Gobierno ha intervenido la autonomía y los exmiembros del Govern que no están en prisión se entregaron a la policía belga. Todo es excepcional y grave y se han roto muchas cosas, pero la convivencia se preserva pese a todo y la lógica política vuelve a ser electoral.

Votar o no en las elecciones

En un momento en que la discusión giraba entre legalidad e ilegalidad, obediencia y desacato, el debate público se sitúa ahora en los términos en los que acostumbra una democracia: votar o no en unas elecciones reconocidas y, en caso de hacerlo, a quién votar y por qué razones. Qué listas y qué candidatos. Esos son los ejes, por provisionales que sean.

El 21-D quizá sea un aplazamiento de males mayores, pero
al menos le devuelve la voz a la sociedad
en su conjunto

Las elecciones, por supuesto, ni son un bálsamo ni arreglan lo que hay, porque vendrán después interrogantes que pueden resultar más complicados: qué pasará, por ejemplo, si crecen los apoyos de quienes declararon la independencia. Por el momento, sin embargo, el 21-D da un marco nuevo a la confusión. Interesado, claro. Instrumental y cortoplacista, desde luego. Pero conocido y fiable, al cabo. Quizá sea un aplazamiento de males mayores, pero al menos le gana fechas al tiempo y devuelve la voz a la sociedad en su conjunto con un termómetro más fiable que las manifestaciones en las calles. Elecciones de nuevo, como siempre, pero esta vez más realistas que nunca.