Los SÁBADOS, CIENCIA

El fin de la intimidad

Con la creciente circulación de datos personales es la libertad misma de la gente lo que puede estar en juego

PERE PUIGDOMÈNECH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nuestro mundo conectado nos abre unas posibilidades extraordinarias de acceso a información y de comunicarnos con cualquier persona en cualquier parte del mundo. Nuestros sistemas digitales nos permiten hacer todo tipo de transacciones comerciales y van apareciendo sistemas de control de la salud que nos permitirán seguir al momento nuestro estado y enviar datos a nuestro médico en tiempo real. Nos comunicamos por los diversos medios de correo electrónico, y las diversas redes sociales crean un nuevo tipo de comunidad sin fronteras. En nuestras calles hay un número creciente de cámaras de vigilancia que han demostrado su eficacia, y cuando nos movemos por el territorio nuestros datos de presencia pueden ser seguidos por los sistemas de geolocalización. Todo esto está creando vínculos diferentes entre los individuos, entre los individuos y las instituciones que nos gobiernan y con las empresas que gestionan las redes y hacen de ellas su actividad comercial. Para algunos, la idea de que el individuo tiene un ámbito privado propio en el que nadie tiene derecho a entrar es obsoleta. Nuestra intimidad habría acabado.

En uno de los últimos números de la revista Science se presentan algunos ejemplos de lo que puede estar pasando ya en este momento. Una investigación llevada a cabo en el Instituto Tecnológico de Massachusetts demuestra, por ejemplo, que siguiendo cuatro o cinco transacciones comerciales que hace un individuo por medios electrónicos se puede llegar a conocer su identidad. También hace unos meses se publicó un trabajo que demostraba que, si se ponía suficiente empeño, sería posible identificar al individuo concreto del que provenían datos relativos a su genoma aunque su identificación personal hubiera sido borrada. Estos resultados nos indican que cuando utilizamos la red es muy difícil mantener el anonimato aunque lo queramos.

En los estudios de salud pública, esta cuestión tiene una gran importancia. Está claro que disponer de datos de un gran número de personas relacionando su estilo de vida o su genoma con su estado de salud puede ser de gran valor para determinar las causas de ciertas enfermedades. Es, por tanto, un análisis interesante para los gestores de la salud pública y para las compañías que trabajan en el sector de la salud, como las farmacéuticas. Su importancia económica es evidente. A menudo damos nuestro consentimiento para que se utilicen datos o incluso muestras biológicas nuestras cuando vamos a un hospital. Hay gente que no quiere que sus datos se sepan y otra gente que no quiere que se haga negocio con ellos. Lo que debemos saber es que permanecer anónimo y distinguir entre las aplicaciones que son comerciales y las que no lo son es muy difícil. Incluso puede ocurrir que estemos conectados a la red para hacer el seguimiento de alguna constante nuestra como la presión arterial o un marcapasos. Que alguien se haga con el control de estos sistemas no parece imposible.

Por otra parte, cada vez más utilizamos la red cuando hacemos transacciones comerciales, nos relacionamos entre individuos o simplemente nos paseamos con el móvil con aplicaciones que utilizan los sistemas de geolocalización. Puede ser interesante para nosotros, pero son también datos útiles para empresas que pueden sacar conclusiones de los hábitos de la gente y de los nuestros en concreto, que quizá no nos gustaría que tuviera nadie. Todo eso nos despoja de una vida privada que muchos quisiéramos mantener. Y no digamos ya si alguien entra en nuestros correos electrónicos o sigue lo que ponemos en las redes sociales.

Por estas razones se ha dicho que hay que olvidarse de la intimidad y que la situación en la que nos encontramos nos lleva de nuevo a la de los habitantes de los pueblos pequeños en los que todo el mundo sabía lo que hacía todo el mundo en todo momento. Nos habíamos acostumbrado a vivir con la sensación de que, pasara lo que pasara, siempre había un reducto íntimo en el que nadie tenía derecho a entrar, y eso incluye la información sobre nuestra economía, nuestra salud, nuestro genoma y nuestras maneras de pensar. Para muchos, este reducto es un componente de nuestra libertad individual. Ya estamos dejando partes de ella en los sistemas de vigilancia que nos deberían proteger de actos criminales, pero no parece que lo hayamos decidido cuando usamos la red.

El sistema interconectado en el que vivimos -y en el que parece viviremos cada vez más- nos da unas grandes posibilidades a muchos niveles, pero hay consecuencias con las que podemos no estar de acuerdo. Toda actividad pública se hace en el marco de algún tipo de acuerdo que establecemos todos. Los promotores de la red defienden que debe ser un universo de libertad y rehúyen cualquier regulación. Pero en algunos casos es la misma libertad de la gente la que puede estar en juego, y cuando este tipos de conflictos se plantean es necesario hablar y decidir entre todos las reglas del juego.