El futuro de los dos grandes partidos en España

¿Fin del bipartidismo o coalición?

Si yo fuera del PP o del PSOE buscaría un pacto por la regeneración y la superviviencia conjunta

ANTONIO SITGES-SERRA

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Si yo fuera militante del PP o del PSOE, estaría muy preocupado. La pérdida de votantes en las elecciones europeas ha significado un duro varapalo para mi partido. En algo más de dos años hemos perdido más de la tercera parte de nuestros electores. Los medios de comunicación y los sociólogos de moda predicen el fin del bipartidismo; los más osados lo dan por finiquitado. Así que estoy muy, pero que muy preocupado. No solo por la merma de la confianza en mi partido, sino porque creo que un eje parlamentario en torno a dos partidos hegemónicos es garantía de estabilidad política y gobernabilidad, hoy más necesarias que nunca dada la grave crisis multidimensional a la que nos enfrentamos. ¿Qué hacer?

Veamos. Al PP le ha nacido algún brote extremista a su derecha y otros más moderados a su izquierda, tipo UPD o Ciudadanos; y a la izquierda le ha florecido a su izquierda un parterre de propuestas -que van desde el neomarxismo al populismo- que recogen el espíritu del 15-M y las justas críticas al crecimiento de las desigualdades sociales, a la corrupción política y a la privatización del Estado de bienestar. Por si fuera poco, el brote soberanista en Catalunya ha dispersado el voto que pertenecía a los partidos de gobierno en favor de formaciones que han redescubierto el republicanismo social-utópico al estilo Fourier. ¡Vaya galimatías!

Yo, si fuera militante del PSOE o del PP, no me lo pensaría dos veces: buscaría un pacto por la regeneración y la supervivencia; una reacción corporativa, vaya; o de casta como se dice ahora. No nos engañemos: las elecciones legislativas del 2015 -las más trascendentes para nuestra democracia desde la transición- no pintan bien ni para unos ni para otros, así que consideraría seriamente la apuesta por un pacto de legislatura al más puro estilo alemán. Juntos, pero no revueltos, claro está. Sería el mejor favor que podría hacérsele al bipartidismo vertebrador del Parlamento y el mejor servicio que cabe prestar a una España que hace tiempo camina con muletas. ¿Por qué? Muy sencillo.

En primer lugar sería el camino más corto para recuperar credibilidad ante los ciudadanos y con ello muchos votos. Por primera vez los dos partidos de gobierno se unen para una empresa común: sacar el país adelante. Los votantes no se lo creerían. ¿Renunciar a parte de su programa para consensuar la salida de la crisis? ¿Dulcificar el perpetuo y cansino rifirrafe parlamentario? ¿Fin del cainismo? Inédito. Saltarían de contentos.

En segundo lugar, PP y PSOE podrían acometer juntos una serie de reformas legislativas regeneracionistas con el común denominador de ampliar la participación ciudadana en la elección de sus gobernantes y pactar medidas drásticas contra la corrupción. Yo, si fuera militante del PP o del PSOE, haría una autocrítica implacable y me pondría manos a la obra para iniciar una nueva etapa basada en la transparencia. Atrás quedarían los Bárcenas, los ERE andaluces, el 3% catalán y otros fraudes. A ver si Pedro Sánchez y algún(a) homólogo(a) que prospere en el PP, logran pasar página de una vez a esta época turbia. Si ven buenas intenciones y caras nuevas, muchos electores reconsiderarían las virtudes del bipartidismo.

Finalmente, discutiría con mis adversarios políticos, del PP si fuera del PSOE, o del PSOE si fuera del PP, la mejor forma de desactivar el soberanismo catalán. De nuevo aquí debería haber lugar para el consenso entre fuerzas políticas con sentido de Estado. Este no puede ser otro que el de un nuevo encaje de Catalunya y otras nacionalidades históricas en un Estado federal.

Muchos expertos en Ciencias Políticas (¿un oxímoron?) consideran el actual Estado de las autonomías como cuasi federal. Por tanto, no deberían existir obstáculos para pactar un reparto más claro de competencias, combatir la ineficiencia de las burocracias políticas y defender un mínimo denominador social para todo el país. Un gobierno de coalición podría crear un nuevo ministerio dedicado a negociar con las autonomías las condiciones de un Estado federal. Bien que lo hizo el gobierno central canadiense -cuando la primera crisis del soberanismo quebequés- fichando a Stéphane Dion. Yo sugeriría para el cargo a Joaquim Coll una de las mentes federales más claras; una persona cabal y de consenso. Muchos votantes saltarían de alegría y, al llegar el momento, acudirían en tropel a un referendo para aprobar los necesarios cambios de la Constitución.

Yo, si fuera militante del PP o del PSOE no (me) engañaría pensando en ganar por goleda las legislativas del 2015. No. Me iría de copas con mis adversarios porque, al fin y al cabo, tenemos la necesidad común de conjurar el peligro de la dispersión parlamentaria y de dar una alegría al ciudadano regalándole una segunda transición.