NÓMADAS Y VIAJANTES

FIFA, Putin y la indecencia

RAMÓN LOBO

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Un escándalo de corrupción en la FIFA, un organismo de por sí escandaloso por su escasa democracia interna y nula transparencia, amenaza con convertirse en una casilla más de la Guerra Fría 2.0. que mantienen EEUU y Rusia.

El presidente ruso, Vladímir Putin, ha salido en defensa de Sepp Blatter, el mandamás del fútbol mundial, porque entiende que la música de fondo afecta al Mundial de su país previsto en 2018. Nadie habla, por ahora, de revertir las decisiones que otorgaron ese Mundial y el siguiente de 2022 en Qatar. Antes sería necesario probar que medió un soborno masivo.

Entre Putin Barack Obama no hay química personal. La ruptura, si es que hubo unión en algún momento, se produjo en Ucrania, cuando Moscú interpretó que Occidente trataba de robarle una pieza en el tablero durante la crisis que tumbó al presidente Víktor Yanukóvich en febrero de 2014. Después llegó la de Crimea, la guerra y la división del país. Mientras que Estados Unidos mantiene el pulso, la Unión Europea, sobre todo Berlín, es partidaria de buscar fórmulas de reencuentro. Aunque en política nunca se sabe y pocas cosas son inocentes, el caso de la FIFA parece no estar relacionado. La corrupción de los detenidos parece probada por la labor de un topo del FBI.

Delitos continuados

La investigación policial sostiene que los sobornos fueron millonarios y continuados durante años. Blatter ha reaccionado según el manual de Rajoy - «esa corrupción de la que usted me habla»- y ha declarado que él tampoco sabía nada. De momento funciona: quinto mandato. El problema de la FIFA no son las mordidas sino sentirse por encima de cualquier ley nacional o internacional.

La FIFA vive desde hace décadas en la impunidad absoluta. Desde ella se dedica a amenazar a los gobiernos que amagan con acudir a los tribunales de justicia con castigos contra su selección y sus clubes. En un mundo de pan y circo global se trata de una amenaza bastante seria. Este organismo dedicado a la explotación y divulgación del fútbol tiene más países miembros (209) que la ONU (193).

Carlos Marx erró en parte al sostener que el motor era la economía. En realidad, el motor es la ambición ilimitada del ser humano, su capacidad de corromperse y de corromper. No solo es el dinero, su grosera abundancia más allá de las necesidades o del tiempo de vida para gastarlo, es el disfrute del poder, sentirse superior a los demás. La corrupción no es algo nuevo, ha existido siempre, forma parte del homo sapiens, de su capacidad de planificar, sentir y soñar.

Las democracias sanas se defienden mejor que las dictaduras, los países mitad-mitad como Rusia o los organismos opacos como la

FIFA. Pese a ello, nadie está a salvo. La salud de una democracia se mide en la transparencia, en la capacidad de los ciudadanos y de sus medios de comunicación de investigar el curso de cada euro público, y en la independencia de sus jueces.

Los golfos y sus amigos

Si el poder Ejecutivo copa el poder Judicial, elige los miembros de sus tribunales supremos y constitucionales, como sucede en España y en la FIFA, la democracia deja de existir; se convierte en terrero abonado para los golfos y sus amigos. Un reciente informe de la Comisión Nacional del Mercado de Valores eleva el coste de la ineficacia del Estado (eufemismo de corrupción) a 48.000 millones de euros, cuatro veces los recortes en ámbitos como la Sanidad y la Educación.

En la FIFA no hay democracia. Blatter y sus amigos son elegidos por grupos de interés reunidos en federaciones y confederaciones. Forman un club que vive a cuerpo de rey sin importar la crisis económica y que decide dónde se juega cada Mundial, un pingüe negocio. Cuando hay dinero en liza, el procedimiento debería ser cristalino, y este no lo es, y menos cuando la decisión se toma en contra de los inspectores que evalúan la idoneidad de las sedes.

La punta del iceberg

Ahora es fácil rasgarse las vestiduras ante el antipático Blatter y ante el aún más antipático Villar, presidente de la federación española de fútbol, que se mueve también desde la absoluta impunidad protegido por la FIFA. Quizá ahora sea el momento de exigirle cuentas, de acabar con una anomalía antidemocrática que no presenta auditorias ni permite su fiscalización. Lo ocurrido en Zúrich es la punta de un iceberg, permite escandalizarnos, como si la corrupción fuera un asunto ajeno. No es solo el fútbol, lo que está podrido es una sociedad que ha perdido su capacidad de sorpresa y cree que la indecencia es un modo aceptable de vida.