La posmentira
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
La victoria de Donald Trump y el 'Oxford Diccionary' han puesto de moda estos días la palabra “posverdad”posverdad. Este término fue acuñado por Steve Tesich en 1992. Se refiere al fenómeno, ligado a lo que llamó política posfactual, por el cual los votantes atienden menos a los hechos objetivos que a las emociones y creencias. La izquierda hegemónica se ha quedado muy tranquila con esta explicación. No todo está perdido, los norteamericanos no se han vuelto mayoritariamente fascistas, simplemente se han dejado engañar por Trump. Y lo han hecho gracias a las redes sociales donde las mentiras emocionales circulan más libremente que en los medios de comunicación. Hace cuarenta años fueron justamente los medios los responsables de la victoria de Reagan que engañó a los votantes gracias a su telegenia y a las nacientes televisiones por cable en manos de la ultraderecha económica. No hay nada más cómodo en la vida que explicar las propias derrotas con teorías conspirativas ajenas. Rápidamente la posverdad se ha convertido en un tópico que sirve para explicar el auge del soberanismo en Catalunya, la permanencia de Rajoy en el poder a pesar de no tener mayoría o la inminente supuesta victoria de Le Pen en Francia. Un siglo después, como en tantas otras cosas, reaparece el Círculo de Viena con su defensa de la concepción científica del mundo.
Para organizar correctamente este debate es necesario distinguir entre los hechos y la verdad. Trump, Farage, Le Pen desprecian los hechos que no les sirven para emocionar a sus potenciales electores. En otros muchos casos, otros muchos políticos se apoyan en los hechos para interpretarlos según las emociones de sus potenciales electores. Lo primero nos parece menos legítimo que lo segundo pero en ambos casos se falta a la verdad. Dejémosla pues como parte de lo inalcanzable que la describió Wittgenstein y centrémonos en las emociones que no se apoyan en hecho alguno. Luchemos también contra la posmentira que hace que nuestras emociones anticamericanas desprecien los hechos en países como Cuba. La revolución murió a manos de la autocracia, ese hecho no hay emoción que lo altere.
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