Ferran Josa: "Intenté vender una obra a Trump y él casi me vende una a mí"

Ser galerista en estos tiempos es propio de un resistente o de un entregado al arte. Él es ambas cosas.

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Núria Navarro

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En este mundo global, la palabra 'galerista' suena a siglo XX. A bohemia, glamur, memorables 'vernissages' y conversaciones ingeniosas. O sea, a oficio descatalogado. Solo quedan los guerrilleros. Los que aman locamente el arte y no tienen miedo a perder. Ferran Josa (París, 1969) es uno de ellos. Bisnieto del fundador de Myrurgia, dejó la dirección adjunta de la Sala Parés para abrir su propio espacio, la <strong>Pigment Gallery</strong> (Rosselló, 193), y pronto inaugurará otra en el Hotel Miramar.

¿Tanto le emociona el arte? A los 16 años vi una pieza decorativa en el escaparate de una galería y la pedí para Reyes. Desde aquel momento, me regalaron obras por mi cumpleaños.

Hoy su colección será abrumadora... Es modesta –entre 200 y 300 piezas– y se basa en mi relación íntima con los artistas. Está hecha con el corazón..

Caramba. Quizá porque sufrí el divorcio de mis padres, me creé una coraza. El arte me permite sacar mi lado sensible. Soy más cariñoso con los artistas y galeristas que con la familia. 

Empezó usted trabajando en otra cosa. También me entusiasmaba la venta y fui representante de joyas. Hasta que, en el 2000, mi mujer me mostró un anuncio de la Sala Parés. ¡Ofrecían el trabajo de mis sueños! Me presenté, me recibió el mismo Joan-Antoni Maragall y, para saber qué tipo de sensibilidad tenía, me plantó ante dos o tres obras diferentes y me preguntó: "¿Qué te dicen?". De una de ellas le confesé que no me decía nada. Me contraró.

Era el director adjunto. Toda galería de arte 'es' el criterio del galerista. Gracias a la Parés hice un máster en gestión, pero sentí que me había vaciado. No obstante, antes de marcharme hice la venta más importante de mi carrera: un solo cliente compró desde pintura catalana a artistas contemporáneos. Un pequeño milagro.

Cuélguese más medallas. Hice una venta de 100 cuadros de un mismo artista a Serveis Funeraris. Los colgamos en las salas de vela, con los difuntos presentes, a las 10 de la noche. También estuve a punto de vender una obra a Trump.

¿Cómo es eso? Estaba en Nueva York y nos invitó a todos los galeristas a una cena. Intenté venderle obra gráfica y casi me coloca él a mí una pieza de Thomas Kinkade, un artista abominable que patrocinaba.

Parece divertirse. Me gustan los desafíos. ¿Un ejemplo?

Adelante. Mi mujer y yo nos aficionamos a la serie 'The good wife'. "Quiero salir en la serie como actor", dije. ¿A quién conocía? A Timothy Gibbs, que me había comprado obra. Le expliqué que cinco artistas de la Parés harían un cuadro sobre la serie, le entusiasmó y me facilitó el contacto de la agente de Julianna Margulies, la protagonista, en Los Ángeles. Fui a verla y el día de la cita, le fue imposible venir. Hasta ahí llegué.

Así, se entiende algo mejor que tenga una galería en estos tiempos. La transformación ha sido brutal. Es imposible que un coleccionista entre en una galería y compre un cuadro. Todo se mueve en las ferias. En los últimos 15 años he hecho 70. Ahora vendes en un 85% a compradores de arte, no a coleccionistas.

¿Hay mucha diferencia? El comprador de arte es aquel que se acaba cuando se le acaban las paredes donde colgar. El secreto para sobrevivir es transformar el comprador en coleccionista.

Si no tienes pasta, mejor no entrar. ¡En absoluto! Depende de a qué destinas tu dinero. El grueso de obra de mi galería está entre los 1.500 y los 4.000 euros. Vino una pareja que se planteaba cambiar de frigorífico. Se quedaron con un cuadro y sin frigorífico. 

¿Por quién se quedaría sin frigorífico? Podría renunciar a algo de vital importancia por un bodegón de Giorgio Morandi.

En el despacho tiene un 'lita cabellut'. Había visto sus piezas en el Espai Volart, pero, años después, estaba en Singapur y fui a visitar la Opera Gallery. "Ostras, si son de Lita Cabellut", dije en voz alta. Y oí: "Sí, soy yo". "Estoy enamorado de tu obra, tenemos que hacer algo", le dije. A cuatro días de inaugurar con ella, Antoni Vila Casas, que había organizado la superexposición, me llamó alarmado. Yo cancelé, y el tiempo me ha traído obra suya y clientes recomendados por Vila Casas.

¿La honestidad tiene premio? Si en este oficio no eres honesto, estás muerto.