El segundo sexo

Feminismo, la cultura y la educación

Que la opinión pública no se manifieste como machista no quiere decir que este se haya erradicado

NAJAT EL HACHMI

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La primera vez que oí hablar del feminismo fue dentro de un aula de primaria. Nuestra maestra de entonces sacó la cuestión. Es un recuerdo que ahora mismo lo rescato desdibujado, pero lo que sí puedo hacer presente con nitidez es la forma en que ese discurso me marcó desde entonces convirtiéndose en el inicio de una inquietud que acabaría siendo vital, la inquietud de entender los mecanismos de dominación del machismo y detectarlos para luchar contra él siempre que me fuera posible. Hasta entonces había vivido siempre con mujeres muy fuertes, acostumbradas a sobreponerse a las situaciones más duras pero que, paradójicamente, promocionaban y perpetuaban un orden patriarcal que no les era nada favorable.

Que en nuestra tutora se le ocurriera tratar la igualdad con la clase fue un hecho importante porque en el entorno inmediato, familiar, de muchos de sus alumnos este tema no tenía ninguna presencia, sobre todo si tenemos en cuenta que era alguien con autoridad, una figura representativa vista con nuestros ojos infantiles como portadora de conocimiento y sabiduría. De su reflexión, sin emabargo, saqué dos conclusiones equivocadas: una que el feminismo era uno y no había debate o conflicto sobre qué es y qué no es la igualdad y segunda dar por hecho que sus ideas eran hegemónicas en la sociedad que ella representaba dentro del aula.

Y aunque los años y la vida me han enseñado todas las caras del machismo y creo haber entendido que hay maneras muy diferentes de concebir el feminismo, no deja de sorprenderme el hecho de descubrir actitudes rancias en personas insultantemente jóvenes. No es raro entre los adolescentes que se considere una fresca la chica que sale con muchos chicos y la que disfruta del sexo. No son solo casos aislados los chicos que utilizan mecanismo de control y extorsión con sus parejas y que estas no solo no lo rechacen sino que lo consideren muestra de amor.

Tampoco parece que haya calado mucho entre las chicas la teoría feminista cuando descubrimos que de toda su persona lo que más valoran es el cuerpo y la apariencia física. Nos sorprendemos todos ante esta realidad y lo hacemos desde una perspectiva historia: ¿cómo puede ser que estas alturas sigan vigentes estas actitudes? Cuando nos hacemos esta pregunta damos por hecho, tal vez inconscientemente, que la ideología está sujeta a la evolución darwiniana y que si nuestros abuelos eran muy machistas y nuestros padres consiguieron un cambio de mentalidad, a la fuerza a nuestros hijos deben ser más feministas que nunca. Pero claro, la ideología no pasa por los genes y son dos los elementos que marcan que el machismo siga vivo o se vaya erradicando con los años: la cultura y la educación. 

El cambio cultural puede hacer que una sociedad que acepta de buen grado la discriminación sistemática de las mujeres pase a considerarlo algo negativo. En las sociedades llamadas occidentales es evidente que este cambio se ha producido y ha cristalizado en lo más importante para definir las normas de convivencia y los derechos ciudadanos: las leyesPero que la opinión pública general no se manifieste como machista no quiere decir, ni mucho menos, que aquí se haya erradicado. No hace falta ir a situaciones de violencia, a la prostitución y trata de blancas, ni a realidades enormemente discriminatorias que forman parte de nuestro día a día, situándonos en espacios más normales, donde no se comete ningún delito, también encontramos muestras más que evidentes de que el feminismo todavía no es una cultura hegemónica que haya penetrado en todas y cada una de las esferas de nuestra sociedad.

Los desequilibrios salariales o las actitudes hacia las mujeres en los medios e internet demuestran que el machismo no solo no ha desaparecido sino que hay ámbitos donde ni siquiera se pone en duda. ¿A nadie le llama la atención, por ejemplo, que los podios deportivos haya mujeres haciendo de atrezzo en una tarea humillante? El otro elemento decisorio para perpetuar el feminismo es la educación, la vía por la que podemos transmitir lo que hemos aprendido hasta ahora en la lucha por la igualdad, en la que podemos depositar en las siguientes generaciones una herencia que no tiene otro objetivo que la dignificación de toda la especie humana.

No nos nacerán hijos feministas sin hacer nada, solo porque nosotros ya no hemos vivido lo que vivieron nuestras abuelas. Por eso encontramos adolescentes que nos sorprenden con estas actitudes, porque es fundamental que les transmitimos este valor, no es algo que se pueda entender de forma inherente. Si tenemos en cuenta que todos los indicadores que miden la educación concluyen que está fallando en muchos aspectos, no debería extrañarnos que rebrote el machismo. Si la educación fracasa tanto dentro de las casas como en las escuelas, no conseguiremos que el feminismo sea entendido como valor incontestable. Y no es que el machismo haya vuelto, como decimos a menudo, sino que no se ha ido nunca. Nuestra función transmisora es fundamental para frenarlo. No en vano el feminismo debe luchar contra una cultura, la del machismo, que hace siglos que es hegemónica y además dispone de estamentos muy poderosos que se esfuerzan en perpetuarla. H