Al contrataque
Feliz año
La vida y el año empiezan en primavera. Lo sabe todo el mundo
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
Todo el mundo sabe que el año, y seguramente la vida, empiezan en primavera. Nada empieza en enero, y todavía menos en septiembre.
Os podéis ahorrar todos los buenos propósitos de año nuevo porque es imposible hacer nada positivo cuando en el exterior se hace de noche a las cinco y media de la tarde, cuando uno va tapado hasta las orejas y cuando llevas desde el 24 de diciembre peleándote con tu familia, echando de menos a tus muertos, y comiendo y bebiendo demasiado por culpa del aburrimiento y del sentido de culpa. El 7 de enero somos irremediablemente la peor versión posible de nosotros mismos.
También me parece de bastante mala fe decir que el año empieza en septiembre. ¿Qué año exactamente? ¿Cómo puede empezar el año justo en el momento en que los hombres vuelven de vacaciones, morenos y guapos, con cara de sueño y con el pelo revuelto y un poco demasiado largo, y lo primero que hacen es ir a la peluquería a cortárselo? (Lo que a mí personalmente me causa todavía más desconsuelo que la tala anual de árboles de Barcelona, que ya es decir). ¿Cómo va a empezar el año con la reunión de padres del colegio, con un grupo de adultos atractivos e inteligentes (que hasta ayer bebían gintónics al aire libre y solo se preocupaban de que los niños no cogieran una insolación) sentados en sillas diminutas mientras una chica les cuenta con todo lujo de detalles el método educativo de cada materia escolar? ¿Cómo va a coincidir el principio del año (curso lo llaman algunos, todavía más deprimente) con el momento en que salimos del mar por última vez porque el agua, tan acogedora hasta ese instante, de repente nos parece fría, cuando la brisa deja de ser brisa para convertirse en viento y nos preguntamos en qué maleta estaba aquel jersey que cogimos por si acaso?
La impaciencia de la sangre
No. La vida y el año empiezan en primavera (en Sant Jordi, a veces). Lo sabe todo el mundo.
El año empieza cuando vas a la frutería y hay cerezas. Cuando el florista del barrio se asoma a la puerta de su tienda y te informa de que ya han llegado las primeras peonias. Cuando empezamos a sentir que la sangre en nuestras venas (como la savia en los árboles) circula más deprisa, más impaciente, más perentoria. Cuando los calcetines empiezan a molestar y vuelves a descubrir que tienes una piel y un cuerpo que instintivamente buscan la luz. Cuando antes de acostarte vas a besar a los niños (que todavía duermen con edredón) y te das cuenta de que están empapados en sudor. Cuando sales a la calle pensando que realmente es el principio de algo, que realmente todo puede suceder.
Y entonces sucede.
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