¿Fea o bonita Alemania?

XAVIER GINESTA

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El presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker pronunciará el próximo miércoles, en Estrasburgo, su primer debate sobre el estado de la Unión ante el Parlamento Europeo. Un debate que, a pesar de la bronca política por si ha conseguido (o no) sus objetivos fijados hasta la fecha, tendrá como telón de fondo el drama de los refugiados en el Este: Europa se ve como la tierra de acogida por la mayoría de sirios que escapan de una guerra sin perspectivas de terminar. Sin embargo, la realidad es que al llegar al viejo continente se enfrentan con una realidad mucho más compleja: hoy, ser bien recibido en según qué partes de Europa empieza a costar.

Lo cierto, sin embargo, es que el drama de los refugiados está poniendo de manifiesto que, en la geopolítica internacional, Europa capital Berlín. Este es el destino de la mayoría, que por el momento han quedado atrapados en la Hungría escéptica, malcarada y amurallada de Viktor Orban. Las imágenes que llegan, provistas por los corresponsales internacionales, dejan claro hasta qué punto el drama humano de la guerra puede destrozar casi toda una generación (por cierto, en algunos casos muy bien formada). Después de los problemas para viajar por Europa en tren desde Budapest, miles de refugiados (la mayoría procedentes de Siria y Afganistán) han decidido romper los cordones policiales y caminar por la autopista rumbo a Alemania: el sueño para muchos de ellos, una pequeña brizna de esperanza para reemprender vidas truncadas por la guerra.

Con poco tiempo, explicaba el analista del 'New York Times', Steve Erlanger, Alemania ha deja de ser la "fea Alemania" que conducía a los griegos a la miseria, para convertirse con la "bonita Alemania" que debe recibir la marea humana que llegará desde el Este. Casualidades del destino, en un verano el país teutón podrá recuperar "la credibilidad moral" -reseñaba Erlanger- que perdió negociando el tercer rescate griego. Juncker, por tanto, hablará ante la Eurocámara sabiendo que aquel famoso teléfono transatlántico que debía unir Washington con algún lugar de Europa, hoy por hoy, tiene la centralita en Alemania (y en ningún otro lugar).

La crisis de los refugiados, que se añade a los dramas humanos que hemos visto en las costas mediterráneas este verano, fortalece la idea de que la Unión Europea es un proyecto permanentemente en construcción, pero que no tiene marcha atrás. El ACNUR pide "más Europa" para poder aumentar en 200.000 las plazas para ubicarlos, mientras que Alemania y Francia tienen claro que deben liderar una negociación de cuotas que no será nada fácil, pero es imprescindible. En España, grave es que quien más está preparándose para recibir a los recién llegados sean las administraciones locales, y no los gobiernos central y autonómicos. Pero, los ideales que articularon la construcción europea (democracia y derechos humanos) han llevado a una visión utópica de esta parte del mundo por parte de sus vecinos. Y, de hecho, sólo hay que ver como en las crisis político-sociales que en poco tiempo han reseguido las fronteras de la Unión (Ucrania, el Mediterráneo y Siria), la mayoría de sus afectados tienen el deseo de convertirse en europeos, aunque sea en un futuro lejano, en sus mentes.

Mientras el euroescepticismo se esparce por el viejo continente, fuera de sus fronteras la Unión se ve como una esperanza. Parece una contradicción, pero esta imagen percibida por muchos de los que nos miran desde la distancia es la señal más clara de que el proyecto comunitario aún tiene mucho recorrido. Sólo falta buen entendimiento y solidaridad entre sus socios para que el entramado se muscule cada día más (aunque sea un poquito). Señor Juncker, ya puede hablar.