De las estadísticas a las emociones
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Justo hoy se cumple un año exacto de una efeméride clave de la historia contemporánea azulgrana. 365 días y 5 títulos después del bendito descalabro de Anoeta, el Barça se observa a sí mismo con la tranquilidad del que ha cruzado un río de dificultades con un balance casi insuperable. Pero el fútbol vuelve a demostrar que las sensaciones a menudo habitan en las antípodas de las estadísticas. Atención a este dato asombroso: si comparamos el Barça de ahora con el de hace un año, veremos que curiosamente aquel equipo enfermo y desconcertado tenía solo un punto menos que el de hoy tras 17 jornadas (38 el 2015 frente a los 39 el 2016), había dejado de puntuar exactamente en los mismos partidos (cinco) e incluso había marcado un gol más (41 frente a 40) y recibido hasta siete menos (8 frente a 15).
Sí, aunque parezca increíble, los números de este año en la Liga son casi idénticos a los del año pasado a estas alturas, una prueba más de que este deporte es maravilloso justamente porque nunca se deja explicar del todo por los números. Y es que las sensaciones del Barça por suerte desmienten a sus números, bastante mediocres, tapados por su buen fútbol y los datos todavía peores de su eterno rival. Pero de la misma forma que hay que relativizar el lenguaje de las cifras, tampoco puede ignorarse todo lo que nos cuentan: guste o no, el Barça ha empatado tres de los cuatro últimos partidos, justamente cuando disfrutaba del mejor momento de forma en muchos meses. Los tres últimos tropiezos tienen un patrón similar, con fases de dominio tan exultantes como breves, en las que no se logra sentenciar, combinadas con fases de sorprendente apatía.
Ciertamente el gran fútbol con el que se conquistó el Bernabéu sigue apareciendo, pero de manera mucho más intermitente, y además con dificultades evidentes para materializar unas ocasiones de gol cada vez más esporádicas. En Cornellà hubo que sortear además la dificultad añadida de un arbitraje asfixiante, que dejó a un Espanyol muy sólido y competitivo jugar demasiadas veces más allá del reglamento.
Derbi para un solo equipo
Pero no hace falta engañarse: con un Barça enchufado, esta circunstancia ni siquiera habría aparecido en el análisis del partido, porque lo determinante no fue el árbitro sino la sensación de que el único que se tomó el partido como un derbi fue el Espanyol. El Barça se limitó a jugar un partido más mientras que a su rival le iba la vida en cada pelota, y esta circunstancia, nada estadística y sí muy emotiva, terminó por equilibrar la diferencia abismal que hay entre los dos.
El Barça pagó un precio muy alto por culpa de un aire de superioridad que se ha dado en los últimos empates. A diferencia de hace un año, nadie se hará el hara-kiri, y no hay motivos para alarmarse, pero ojo, porque en el fútbol, detrás de una suave turbulencia, puede esperar, agazapada, una gran tormenta
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