La rueda

El factor corrupción y el 'procés'

El soberanismo catalán solo tiene dos amenazas reales. Ambas internas

ENRIC MARÍN

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El año 2014 certificó la irreversibilidad de dos hechos que deben condicionar la política doméstica de ahora en adelante: el punto de no retorno en el conflicto democrático entre el soberanismo catalán y el Estado, y la saturación de la tolerancia social ante el espectáculo de la corrupción política. La sucesión de casos de corrupción podía insensibilizar la opinión pública, pero su acumulación, la pobre respuesta institucional y el contraste con las dificultades cotidianas de la ciudadanía de a pie han generado una irritación social inédita. Es lo menos que se podía esperar.

Ante esta incómoda realidad, una visión cínica o miope del proceso catalán procura presentar el musculado movimiento social soberanista como una burda operación orientada a tapar o disimular la vergüenza de las corruptelas locales. El caso Pujol caso sería la evidencia más clara de esta operación de camuflaje político. La realidad es menos fantasiosa y bastante más incómoda para ciertas élites catalanas y españolas muy acostumbradas a la promiscuidad entre el poder económico, el poder político y el poder mediático. Incapacitadas para liderar ningún proyecto político de regeneración democrática creíble, estas élites necesitan mirar hacia otro lado, esperando que la tormenta de indignación amaine. Su respuesta no va más allá de intentar mostrar que los regeneradores también son corruptos. Por eso pasan obsesivamente por los más afinados escáneres detectores de corrupción a los movimientos políticos y sociales críticos.

En este contexto, el soberanismo catalán solo tiene dos amenazas reales. Ambas internas. El exceso de tacticismo de partido y no mantener una línea de tolerancia cero con los casos de corrupción. Así pues, ¿qué sentido tendría que el president Mas se escondiera ante el caso?