El epílogo

El éxtasis pontifical

ENRIC HERNÀNDEZ

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Entre el bisbiseo de las (aún) tímidas protestas laicistas y los fervorosos golpes en el pecho de algún que otro aprendiz de exégeta, es oportuno poner las cosas en su sitio, en vistas de lo que se nos viene encima este fin de semana.

Pese a las innumerables molestias que están sufriendo ya los vecinos -y que las autoridades harían bien en paliar-, Barcelona acogerá con los brazos abiertos la llegada del papaBenedicto XVI, como suele hacer cuando el rango del visitante lo exige. Es de esperar, sobra decirlo, un comportamiento ejemplar por parte de todos: locales y peregrinos; religiosos y seglares; católicos practicantes, ateos y apóstatas; cristianos decepcionados con la jerarquía eclesiástica y agnósticos hartos de sermones... Todos, echándose a la calle para aclamar al Sumo Pontífice o encerrándose en casa hasta que amaine el vendaval espiritual, contribuiremos a que la estancia papal en Barcelona sea un éxito. Y no solo por la repercusión planetaria de la que gozarán la ciudad y su gran icono turístico, argumento monetarista explotado de modo abusivo; más trascendente es, si cabe, que la capital de Catalunya asocie de nuevo su imagen al civismo y la tolerancia, también en el orden religioso. Aunque solo sea para silenciar a quienes, agitando un falso conflicto lingüístico, se obstinan en presentar a la sociedad catalana como una suerte de Cuarto Reich, y a los castellanohablantes, como una minoría perseguida.

Sin que quepa presumirle poderes milagrosos, alguna ayuda supondrá, en ese terreno, que el Santo Padre emplee con generosidad el catalán en la Sagrada Família. Un uso de nuestra lengua, por cierto, bastante más pródigo que el que ejercen quienes, con un éxtasis pontifical rayano en la mística, pretenden convertir el periodismo en apostolado, y los diarios, en encíclicas.

«Negocio espiritual» en crisis

En Catalunya, y en todo Occidente, cada vez son más los católicos que ni pisan la iglesia; bien porque conciben la fe como algo íntimo, bien porque recelan de la esclerotizada jerarquía eclesiástica. Tiempos de crisis para ese «negocio espiritual» del que habla, ya sin tapujos, la cúpula episcopal.