El turno

Experiencias horribles en los probadores

NAJAT EL HACHMI

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Aún tendremos que inventarnos un etiquetaje women friendly para todas aquellas marcas y diseñadores que aman a las mujeres. Y no crean que la lista sería muy larga. Hay quienes ya se han manifestado abiertamente en contra de las tallas grandes, como Lagerfeld, que creía que Heidi Klum estaba demasiado gorda para llevar Chanel. Otros no dicen nada, pero nos maltratan cada vez que entramos en uno de sus establecimientos. En esta época del año, de renovación de vestuario y cambio de temporada, cualquiera que pase por la tortura de entrar en un probador se acuerda del nombre de la madre de quien inventó los tallajes y de paso de Zapatero, que por culpa de la crisis ha dejado en el tintero aquella medida tan publicitada de unificar las tallas.

El problema es que cuando una mujer está delante del espejo, bajo los horribles fluorescentes y con la música retumbando en el cerebro, el razonamiento más habitual es el que la lleva a determinar que en realidad es su cuerpo lo que hay que arreglar, y así sale de la tienda con el firme convencimiento de que tiene que deshacer un trozo de ella misma. Ya no hablo de personas con problemas de obesidad, sino de mujeres con pecho, culo y muslos que visten una 42 o 44. Creíamos que había empezado una revolución con la aparición de Lizzie Miller en la pasarela Glamour americana y la espectacular Crystal Renn ocupando un lugar destacado en las revistas más prestigiosas, pero todo ello solo fue una explotación intencionada de la rareza de esas modelos. Por si fuera poco, ahora se anuncia que Elena Miró, reconocida firma dedicada a las tallas grandes, no ha sido admitida en la semana de la moda de Milán. A mi entender, la única vía para acabar con este maltrato estructural es que seamos las mismas consumidoras las que nos rebelemos contra aquellos que creen que tienen que vivir de nuestra insatisfacción.