Las consecuencias del 'brexit'

Europa no tiene quien la quiera

El futuro de la UE depende de si opta por refugiarse en los estados-nación o por dar un nuevo impulso

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MARÇAL SINTES

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El rechazo del Reino Unido ha conmovido a Europa. La campaña fue intensa y agria, con los partidarios del 'leave' atizando sin reparos el miedo a la inmigración, inevitablemente mezclado con el miedo al terrorismo. En el subconsciente colectivo, la ancestral reticencia ante la Europa continental y los ecos imperiales de aquel pasado en el que Londres era el centro del universo.Sin duda, en el resultado del referéndum ha incidido la enorme ola levantada por la crisis de los últimos años, que en toda Europa ha dividido las sociedades entre los de arriba y los de abajo, unas sociedades que han visto escuchimizarse a sus clases medias, que son las que garantizan la cohesión y el progreso. El malestar y la rabia, las ganas de sublevarse, atraviesan Europa y cambian -de la mano de populismos de derechas o de izquierdas- los mapas políticos de siempre.

Existe, sin embargo, otro elemento que, aunque pueda resultar más abstracto, no lo es en absoluto. Hablo del miedo a la globalización, que funciona como marco mental a través del que se procesa buena parte de lo que nos está sucediendo (la inmigración misma, el terrorismo, la crisis, las órdenes de la UE, las dificultades para llegar a fin de mes, el paro...).

DEMAGOGIA Y MENTIRAS

La globalización es un fenómeno complejo, que genera una sensación de pérdida de control, de no ser dueños de las circunstancias que actúan en nuestras vidas.En el referéndum abundaron la demagogia y las mentiras, algo que parece insalvable en este tipo de campañas, donde la moneda en el aire puede caer tanto de una cara como de la otra, donde un puñado de papeletas puede decidir el destino de un país. Que la defensa de la permanencia recayese de forma tan clara en el 'establishment' político, económico y mediático hizo saltar en muchos ciudadanos el resorte de la desconfianza, reforzando la impresión de que, nuevamente, intentaban engañarles. Contemplar a aquellos políticos que no se habían cansado de achacar a la UE todos los males defendiendo ahora a la Unión se hacía extraño. Ni siquiera <strong>la muerte de la diputada </strong><b>Jo Cox</b> pudo paliar la fuerza del impulso 'anti-establishment'.

Se suele repetir, con inevitable deje populista, que los referéndums los carga el diablo. Es cierto que a menudo es como si estos procesos consultivos tomaran vida propia, hasta escapárseles de las manos a los que creían tenerlo todo controlado. Estamos en una democracia representativa, pero hay cosas que -por intrincadas que sean: ¿qué no lo es?- no pueden decidirse al margen de los ciudadanos, menos aún si son muchos los que exigen hacer oír su voz. En mi opinión, el elemento decisivo y más profundo, que a la vez resulta un síntoma del gran mal de Europa, es que a los partidarios del 'remain' les era muy difícil llegar al corazón de la gente. Y al final, en un referéndum, al igual que en cualquier situación difícil y confusa, las personas suelen fiarse de su voz interior, sus sentimientos y valores fundamentales.

A los partidarios de dejar la UE esta operación les era fácil (apelaron a la libertad, por ejemplo). Contrariamente, a los partidarios del proyecto europeo -que se dedicaron a insistir en el desastre económico que supondría abandonar la UE- les resultaba, les resulta, muy complicado construir una narrativa sobre Europa que conmueva, que sea mínimamente épica, que toque la fibra del hombre de la calle.

EL LASTRE DE LA ECONOMÍA

Decía que esto es también un síntoma. Un síntoma de los males que afectan al proyecto político más ambicioso de la historia de la humanidad, que ha dado grandes beneficios en términos de paz y bienestar, pero que se ve lastrado, y no poco, por la naturaleza de su proceso de construcción basado en la economía. La economía ha sido el vector motor desde la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) hasta hoy. Entre otros elementos, con la ampliación excesiva y prematura hacia el este a partir del Tratado de Niza (2001) ha impedido dar dimensión política a la Unión, una dimensión política que debe estar basada en el sentimiento colectivo, en el sentimiento de pertenencia a una comunidad, en una base identitaria que, hoy, no es suficientemente robusta.

¿Qué puede suceder a partir de ahora? En cuanto al Reino Unido, estoy convencido de que en pocos años (cinco-diez) se habrán firmado los correspondientes acuerdos para estabilizar la relación. En cuanto al futuro de la UE, depende en gran medida de si los mandatarios políticos y los pueblos europeos optan por refugiarse, atemorizados, en los estados-nación o son lo suficientemente valientes y ambiciosos para dar un nuevo impulso -lo que significa fuertes cambios- a un proyecto que, para existir de verdad, debe ser también político, lo que quizá implica geometrías y velocidades diferentes para distintos grupos de estados.