La rueda

Europa

Sin un democrático reinicio, el futuro de la UE no irá más allá de una difícil unión aduanera

ENRIC MARÍN

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La negociación de David Cameron para evitar el Brexit y la gestión de la crisis humana de los refugiados sirios han puesto a la Unión Europea ante el espejo. Y la imagen es deprimente. Ya sabíamos que no hay proyecto cultural compartido. Estas semanas hemos acabado de certificar que tampoco hay proyecto político y social más allá de la fachada. La cínica solución turca ha segado dramáticamente las esperanzas de los refugiados, pero también ha terminado de vaciar la ilusión por el proyecto europeo. La UE ya no es un proyecto estimulante para nadie. No hay nada tan corrosivo para la construcción de un proyecto colectivo multicultural como la xenofobia. Y en los últimos diez años la construcción asimétrica del proyecto europeo en un contexto de crisis económica no ha dejado de potenciar populismos autoritarios de derecha o de extrema derecha.

Como decía el clásico, por más veces que giremos sobre nosotros mismos, al final el culo siempre lo tenemos detrás. No hace falta mucha ciencia para entender que sobre la base casi exclusiva de la convergencia económica no se puede construir ninguna experiencia de convivencia. La UE es como una mesa de tres patas desiguales en la que el creciente desequilibrio entre la pata económica y las raquíticas patas cultural y política termina cuestionando su viabilidad.

Ciertamente, no se trata de replicar la construcción de un Estado nación a escala europea. La UE solo tiene sentido como una nueva realidad cultural, económica y política de carácter confederal, fuertemente democrática, articulada desde la diversidad y la pluralidad. Y eso es incompatible con el blindaje conservador de los estados nacionales y el imperio de los mercados sobre la política. Sin un reinicio democrático, el futuro de la UE no irá más allá de una problemática unión aduanera. Y aún gracias.