Ético avance

A la sombra de Cortázar, que descubrió el mejor de los secretos de la novela del siglo XX -robarle el fuego a la poesía- podemos explicar el éxito de la mayoría de las series del XXI aduciendo que los guionistas han robado la ética a los filósofos. Han bebido, y mucho, de los neurocientíficos del comportamiento y de los etólogos que buscan similitudes con el de los animales. Incluso han aprendido, y mira que tienen poco para enseñar, de los politólogos. De este modo, y a partir del relativismo moral que emite diferentes juicios sobre las acciones humanas según las circunstancias y variaciones de cada caso, las series hablan de ética. Algunas, de manera más sutil, otras no tanto. Un pequeño repaso nos ayudará a dejarlo claro.

El siglo XXI de las series se inaugura con 'The Sopranos'. Ya me sabréis replicar si digo que no va de los problemas psicológicos del protagonista, que tiene una hormigonera en el cerebro, sino de las dudas sobre los propios códigos de conducta y sus límites. ¿Y qué es 'The Wire', que surge a continuación, sino una traslación a todos los poderes efectivos de la exploración de los mismos límites, incluidas las más sofisticadas modalidades de la traición simultánea?

A partir de los dos primeros ejemplos, se suceden y se amplían las disquisiciones morales y políticas. También las justificaciones, incluso ideológicas, de lo que es condenable por principio. ¿Qué está bien, qué no está bien, cuándo empieza a estar bien o a dejar de estarlo? De manera progresiva pero inexorable, las frases de nuevo manual de ética se amplían y se expanden a lo largo de los guiones. Walter White de 'Breaking bad' es un resentido que quiere triunfar sin infligir daño a nadie, sobre todo si no se lo merece y aun así solo en última instancia. Muere haciendo el bien.

Y de White al Underwood de 'House of cards', y de él a Steve Cohen de 'Billions', hasta que llegamos a 'Black Mirror', donde se nos acusa sin tapujos de indignos de confiar en nosotros mismos.