Un estado mental

Catalunya se mueve entre el surrealismo, el esperpento y el absurdo tras la declaración de independencia y la intervención del Estado

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. / periodico

LUIS MAURI

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Así que la dimensión desconocida era esto. En la magnitud ignota en la que se adentró Catalunya tras la declaración unilateral de independencia y la intervención constitucional del Estado reverberan el genio de Dalí, dando los últimos aceites a El gran masturbador, y el talento de Valle Inclán, observando las imágenes deformadas en los espejos del callejón del Gato. También resuena en esa dimensión el eco vitriólico de La cantante calva de Ionesco

Entre el surrealismo, el esperpento y el absurdo anda el juego. Un Parlament con cerca de la mitad de los escaños vacíos declara pero no declara la independencia. Esta tampoco es oficializada en el Butlletí Oficial del Parlament ni en el Diari Oficial de la Generalitat. La aprobación se lleva a cabo mediante voto secreto para que los diputados independentistas puedan eludir posibles responsabilidades penales. Mientras, sus líderes, con el president depuesto en cabeza, llaman a la población a oponerse a la intervención del Estado, a sabiendas de que la resistencia popular que reclaman puede acabar en sanciones. Esto aún es más evidente en el caso de los funcionarios públicos, por pacífica que sea la resistencia que opusieran a la intervención estatal.

El president destituido no se da por enterado de su cese, pero tampoco se mantiene firme en su despacho oficial. En lugar de eso, pasa el fin de semana de feria en Girona. El domingo, tras la hazaña del Girona frente al Real Madrid, tuitea: «La victoria del @GironaFC sobre uno de los grandes equipos del mundo es todo un ejemplo y un referente para muchas situaciones». Un emoticono con un guiño remata la frase.

A esas horas, el magma independentista da señales de estar descorazonado, desnortado, grogui. Había sido instruido en la consigna de que lograr la independencia sería como bufar i fer ampolles, y ahora resulta que, tras alcanzar la meta soñada,  el directorio secesionista no respira. La república catalana no es más que un estado mental. La diputada de la CUP Mireia Boya así parecía anticiparlo la víspera en un tuit que bebía al mismo tiempo del lingüista George Lakoff  y del esotérico Iker Jiménez: «La república también se construye con un nuevo marco mental libre del 155 impuesto. Utilizad bien tiempos verbales y palabras. Acataréis o no mentalmente».

Este lunes, primer día hábil de la nonata república independiente, 48 horas después de haber llamado a la población a la resistencia,  Puigdemont aparece en Bélgica  con cinco de los consellers destituidos. Allí fue expulsado Francesc Macià en 1927, tras la fallida incursión de Prats de Molló.

Los seis cargos depuestos buscan amparo en Bruselas, quizá asilo. Esta pretensión de Puigdemont tiene un futuro muy incierto, aunque revela la intención de forzar la internacionalización de su causa durante la campaña electoral. De momento, lo que consigue es eclipsar que los exconsellers no están atrincherados en sus despachos, que el Gobierno ha desembarcado sin incidentes y que ERC y el PDECat irán a las elecciones convocadas por Rajoy.