LA TRANSFORMACIÓN DE BCN

'Estación ciudad' y microrregeneración urbana

Más allá de las grandes obras pendientes, se trata de rehacer la ciudad desde dentro y a partir de la vida social, con la voluntad de regeneración urbana

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Superilla / periodico

Josep Maria Montaner

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La “Estación Ciudad”, satélite urbano de la exposición 'Después del fin del mundo' del CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona), que se ha instalado en el pasaje de Trullàs, en el Poblenou, un espacio urbano recientemente recuperado para que lo gestione el vecindario, es una muy buena metáfora de la transformación que se está aplicando a Barcelona. 

Más allá de las grandes obras pendientes, que se han de completar; de las 3.000 viviendas públicas asequibles en construcción; y de los necesarios compromisos con los operadores urbanos más influyentes, para poder defender el bien común y poner control a la industria turística, la esencia del modelo actual está en las pequeñas transformaciones. Se trata de rehacer la ciudad desde dentro y a partir de la vida social, con la voluntad de regeneración urbana, a través del verde, en calles, muros y cubiertas, partiendo del creciente predominio del espacio peatonal para la vida cotidiana; mediante la rehabilitación viviendas en muy diversas escalas; y con el creciente empoderamiento de las entidades sociales y urbanas. Ello se produce en el sentido del redescubrimiento de la experiencia preindustrial de "los comunes", de la ciudad que se autoorganizaba por comunidades para gestionar los recursos escasos, que se autoabastecía y que no generaba huella ecológica.

La importancia de la gestión cívica

En este espacio del pasaje de Trullàs hay diversos experimentos de regeneración urbana, liderados por la artista, ingeniera y ecologista Natalie Jeremijenko, con su 'Clínica de salud ambiental', a través de los procesos de mutualismo o convivencia de especies en beneficio mutuo, y con la colaboración de científicos, universidades, escuelas y vecindario: muros verdes verticales, papel y plástico reciclado, huertos experimentales fertilizados con compost y 'biochar' (carbón vegetal creado por pirólisis), mobiliario urbano con energía propia, estudios sobre la calidad del aire...

Además de esta regeneración urbana desde dentro, que sintoniza con el urbanismo táctico, las 'supermanzanas', los huertos urbanos o los parques que estarán hechos, esencialmente, de masa vegetal, como la “Canopia urbana” de Glòries, la clave está en que la ciudad se rehace desde ella misma y desde los mismos agentes vecinales. En este sentido es clave la gestión cívica por parte de las entidades vecinales de equipamientos como 'casals' de barrio y de jóvenes, la cesión de solares y de edificios municipales a diversas asociaciones, en definitiva, la apuesta por la cogestión de los recursos comunes.

Se trata, en el fondo, de un cambio de modelo. Ya no es una ciudad planificada solo desde la gran escala, sino que es multiescalar. En la escala del grano pequeño se promueve la innovación tecnológica y la economía cooperativa, social y solidaria; la covivienda, basada en la cesión de uso del suelo público para una vida comunitaria y sostenible, que favorece que los vecinos se arraiguen en el barrio; o la participación en la definición de unos espacios públicos accesibles, introduciendo, además, la mirada de la igualdad de género.

La diversidad
urbana y ecológica solo puede surgir de la autogestión y la participación. Ya no es una ciudad planificada desde la gran escala

Una muestra de este cambio es el Plan de Barrios y uno de sus proyectos emblemáticos: la nueva sede del distrito de Sant Martí en el barrio del Besós-Maresme, que por las tardes y los fines de semana se convertirá en la sede de las diversas entidades y agrupaciones del entorno. Otro manifiesto es la propuesta del nuevo mercadillo de La Pionera, en el Poblenou, espacio de oportunidad para nuevos artesanos, artistas y emprendedores, que arrancará el próximo 7 de abril.

Inclusión y respeto por el medio ambiente

Todo ello va comportando más énfasis en la proximidad y un mayor sentido de pertenencia al barrio, muchas más relaciones entre el vecindario (como ya sucede ahora en la superilla del Poblenou), más consideración hacia lo público y lo común, más sentido de inclusión y de respeto por el medio ambiente.

Se va a conseguir una diversidad urbana y ecológica más auténtica, que solo se puede surgir de la autogestión y la participación. Una diversidad que brota del propio suelo, de muros y tejados; que se nutre en los espacios compartidos de relación y creación en los equipamientos públicos; que ha ser elaborada por personas de diferentes edades y procedencias, y por todo tipo de asociaciones; que surge, en definitiva, de la propia masa crítica de la ciudad.