El futuro, mucho más difícil de lo previsto

¿Está 'tocada' Barcelona?

Colau se equivoca al prescindir del PSC cuando convenía sumar a otros grupos a un gran pacto de ciudad

Maria Titos

Maria Titos / periodico

JOAN TAPIA

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El domingo 20 de agosto, tras el atentado de la Rambla, escribí en estas páginas que Barcelona debía prepararse para un futuro menos fácil. Por la inseguridad que el atentado podía generar y porque ambiciosos objetivos como lograr la Agencia Europea del Medicamento se habían hecho -al mismo tiemp- más necesarios y más difíciles. Sin olvidar la inestabilidad que podía derivarse del enfrentamiento entre el Gobierno catalán y el de Madrid y la división interna de Catalunya.

En el nuevo contexto convenía repensar el gobierno del Ayuntamiento porque -dije- «quizá el éxito de la ciudad nos ha permitido unas fracturas basadas más en las ideas y los instintos básicos que en los intereses». Y preguntaba: «¿Es lógico que el Ayuntamiento, con 41 concejales, esté gobernado solo por 11 (15 tras la incorporación de Collboni y del PSC)? ¿No sería mejor afrontar esta difícil etapa con un gobierno mayoritario y más fuerte? La entrada en el gobierno municipal del PDECat no será fácil, porque toca al amor propio de comunes y convergentes, pero podría convenir».

Máxima unidad

Apuntaba a que era el momento de primar los intereses de ciudad y afrontar el futuro con la máxima unidad posible, que en el pasado dio buenos resultados. Basta repasar lo que pasó con los Juegos Olímpicos del 92, o con la sede plurianual del Mobile World Congress, logros en los que fue vital la colaboración entre el Ayuntamiento socialista, la Generalitat convergente y el Gobierno de Madrid. O en la Fira de Barcelona, en cuyo gobierno no participa Madrid pero sí -y de forma decisiva- el mundo empresarial. 

En la situación de agosto -tras el atentado y la amenaza de inestabilidad política- era prioritario que la alcaldesa propusiera proteger la ciudad, con la máxima unidad posible, de todas las amenazas. Para lo que era muy conveniente la ampliación política del gobierno municipal. Pero ni la alcaldesa Colau ni el exalcalde Xavier Trias lo contemplaron. Debieron pensar que unir a los dos primeros grupos municipales -más el PSC, que ya estaba- era tan antinatural como mezclar agua y aceite. El pacto de ciudad de Narcís Serra y Pasqual Maragall con Juan Antonio Samaranch -presidente del COI y antiguo camisa azul- y Carles Ferrer Salat, expresidente del Foment y la CEOE, rubricado luego por Jordi Pujol, debía ser algo adecuado para los Juegos del 92, no para el 2017.

Fragilidad

Y ahora la declaración simbólica de independencia del 27 de octubre, tras el accidentado referéndum del 1 de octubre y las manifestaciones masivas de diverso signo, han elevado al máximo -a un grado muy superior a lo previsible- la fragilidad de Barcelona. 

Las empresas están trasladando su sede social a otras ciudades, lo que tiene inmediatas consecuencias, no todavía sobre la economía catalana, pero sí sobre la imagen de la ciudad como punto seguro del mundo globalizado. Y el consumo ha bajado con fuerza, en buena parte como consecuencia del descenso del turismo. La caída de un 7% en la ocupación hotelera en octubre, y de un 13% en la facturación (lo que indica un descenso de los precios), es un dato puntual que apunta una tendencia peligrosa. En especial porque el descenso del turismo de congresos (estancias en hoteles de cuatro y cinco estrellas) es más alto y porque las reservas para fin de año -reveladoras del atractivo de la ciudad- han caído nada menos que un 40%.

Reacción decepcionante

Y la reacción de la alcaldesa es decepcionante. Expulsar del gobierno municipal al PSC por no oponerse al 155 no responde a lo que debería ser su prioridad: lograr la máxima unidad para afrontar la inestabilidad. Grave error, porque sin 155 o con 155, con un resultado electoral el 21-D o con otro, Barcelona tiene que vivir y seguir compitiendo para ser una capital internacional.

El objetivo de que Barcelona sea la sede de la Agencia Europea del Medicamento, por el que tanto han dicho batallar la sociedad civil, el Ayuntamiento, la Generalitat y el Gobierno de Madrid, parece hoy -salvo milagro- difícil de lograr. Las otras ciudades aspirantes dirán que el lema de la candidatura -Barcelona is ready- no responde a la realidad.

Pero Barcelona no tiene otra opción sensata que plantar cara al mal tiempo. Los líderes municipales, desde el veterano Alberto Fernández Díaz Alfred Bosch, de ERC, deberían saber que de su compromiso con la ciudad -or encima de las contingencias políticas- depende el futuro. Pero parece que la alcaldesa -y desgraciadamente no solo ella- está en otra longitud de onda. No es lo que los barceloneses se merecen en este momento tan delicado.