La encrucijada política española

El espectáculo de Rivera

El líder de Ciudadanos ha perdido una ocasión de oro para pasar de arribista a estadista

El espectáculo de Rivera_MEDIA_1

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XAVIER BRU DE SALA

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Hecho está. Rajoy, como siempre hasta el momento, se ha salido con la suya sin mover más que el índice hacia sí mismo: «Venid, venid, regaladme votos». Rivera baja de su taburete de Tancredo y va y se los regala. Legislatura desencallada. Gobierno monocolor con brillantina anticorrupción. El español que menos merece gobernar, el jefe de los corruptos, presidente del Gobierno. «Todo por la patria».

Se confirma así la teoría que contempla a C's como un almacén provisional de votos de derechas descontentos con el PP. Un almacén con el techo de cristal, improvisado desde arriba, incapaz de emprender una travesía del desierto por falta de implantación territorial. Sin un número importante de ayuntamientos en sus manos, los partidos carecen de bastiones para resistir los asaltos de los rivales. El PP, el PSOE, Podemos y los periféricos disponen de sólidas bases municipales, y ello les hace fuertes. C's es un contrafuerte, no un partido. Los contrafuertes aún no disponen de una varita mágica que los transforme en la catedral que con tanta eficacia como escasa estética contribuyen a sostener.

HUMO

Las seis condiciones de Rivera que aseguran la continuidad de Rajoy en la Moncloa son humo. Las que no ayuden al PP no se cumplirán. La famosa comisión de investigación sobre el caso no pasa de añadir brasas a un fuego que solo ha chamuscado la suela de la botas del incombustible Rajoy. Si Rita Barberá acepta su destino y se va sin rechistar, aún se acabará reforzando la imagen de Rajoy como el hombre que surfeó la corrupción con la misma facilidad con la que se mantuvo a flote a pesar del portentoso lastre del 'Prestige'.

No tendremos reforma equitativa de la ley electoral porque los supervivientes del bipartidismo, premiados por el sistema actual, suman 222 diputados sobre 350. Del «váyase, señor Rajoy», transitamos hacia la teoría de la legislatura corta, y de aquí a una limitación de mandatos a ocho años que tampoco irá más allá de las declaraciones y los compromisos personales que en España han pasado de no tener valor alguno a ser aplaudidos cuando se rompen, como se comprueba con el presente show.

SHOW ESCUÁLIDO

Ahora bien, a Albert Rivera el show le ha quedado escuálido: ni media medida, aunque también fuera humo, para paliar el sufrimiento de las víctimas de la crisis; nada de nada sobre el mercado laboral; ni hablar de los impuestos y de las pensiones; ni una palabra sobre una ley de enseñanza consensuada; ni una sola línea de un plan para apuntarse a la economía del conocimiento, favorecer la industria y tener un país más competitivo; ni la menor mención de reformas de las instituciones del Estado, empezando por el TC y prosiguiendo por el Senado; ¿la Constitución?, connais pas. Lo vamos a dejar tal como estaba.

Hablando de estética, que Rivera es catalán y por eso ha pasado de Tancredo a triste figura: para acabar así, valía más haber empezado así la misma noche electoral. Si las expectativas de votar a Rajoy eran tan altas, no hacía falta pasarse unas semanas galleando sin cresta. En vez de suspirar para consolidarse en la oposición compitiendo con PSOE y Podemos, Rivera debería de haber optado a una vicepresidencia del Gobierno encargada de las reformas, un par de ministerios y unas cuantas docenas de altos cargos para los suyos.

En cambio, con su mariposeo, primero abrazado a Sánchez y después aupando gratis a la persona que según él tenía que salir por piernas de la Moncloa, Rivera ha perdido una oportunidad de oro para pasar de arribista a estadista. Perdón, como ya no hay diferencia y solo cuenta el poder, rectifico: C's ha perdido sobre todo una oportunidad de convertirse en partido de gobierno.

Los que ahora le aplauden desde el 'establishment' por someterse al chantaje del PP, deberían tener en cuenta que si C's se destapa tan pronto como camelo nacional, quizá no dispondrán de margen de maniobra para inventar algo similar si algún día lo vuelven a necesitar. Aun así, las futuras tribulaciones de Rivera no son nada si las comparamos con las que esperan a Sánchez. Puede dilatar su estancia sobre el taburete de Tancredo antes de imitar a Rivera y entronizar a Rajoy a cambio de nada, pero todo el mundo sabe que está tan obligado a ello como una ficha de dominó cuando le cae encima la de al lado.

Es probable pues que, después del show de Rivera, todavía podamos asistir a un espectáculo más penoso y más divertido a la vez, digno de los guionistas de 'La vida de Brian', de Monty Python: el poncio pilatos de la legislatura deja de lavarse las manos, se ampara en la cruz, sube a solas, de noche y a hurtadillas, al Gólgota y cuando empieza a amanecer se crucifica a sí mismo. España es definitivamente insuperable.