La rueda

Espantar la indiferencia

Debemos evitar que los refugiados que llegan a Europa sean víctimas de nuestra pasividad

NAJAT EL HACHMI

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Diez mil menores que huían de la guerra siria han desaparecido en Europa según Europol, diez mil. La clandestinidad, en todas sus formas, tiene como consecuencia primera la de convertir en vulnerables a quienes no se les permite entrar ni estar en un territorio, a los invisibilizados, sin nombre, sin historia ni pasado y, por lo tanto, menos dignos de nuestra compasión. Si además el clandestino viaja sin familia y cuenta con pocos años de vida, su fragilidad aumenta de forma exponencial. Nos dan este dato, diez mil niños desaparecidos, y no podemos, no queremos imaginarnos tantos críos expuestos a las más terribles circunstancias. ¿Por qué el pasado verano alzábamos todos nuestras voces contra la barbarie, también los hipócritas que hasta entonces habían mirado el conflicto con cierta pasividad o incluso habían hecho lo posible para impedir que los refugiados tuvieran una acogida mínimamente humana? Vimos un niño muerto en la playa y dijimos «basta, esto no hay quien lo aguante, hagan algo». Parecía que había cierto movimiento de las autoridades, parecía que el grito de los ciudadanos, unánime en ese momento, era entendido. Pero no debía ser más que una moda informativa, porque todo sigue igual. No solo sigue igual, sino que hemos vuelto al punto donde estuvimos los cuatro años que precedieron al naufragio de Aylan, ese punto de la indiferencia.

La indiferencia es una consecuencia normal cuando una situación terrible se alarga en el tiempo, cuando cada día recibimos noticias de atrocidades. Una vez superado cierto umbral de conmoción, de repente nos descubrimos espectadores inmunes a la barbarie. Por eso nos tenemos que pellizcar, tenemos que recordar las caras, los nombres, las historias particulares, la inmensidad de la tragedia aunque Esta nos desborde. Tenemos que pellizcarnos bien fuerte para evitar que las víctimas lo sean, también, de nuestra cómoda pasividad.