La rueda

Ese toro enamorado de la Luna...

JOAN Ollé

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Mi amigoJoan Barrilme pegaría una gran bronca a la lectura de este artículo, cosa que no hará porque está de vacaciones en el culo del mundo, alegando que el asunto está ya pasado, podrido, casi cosa de anticuario: la prohibición del toreo en Catalunya.

Ya todo se ha escrito a favor y en contra del diestro y del astado, y una de las Españas, la imperante, ha sentido un profundo desgarro en su piel torera al ver cómo algunos de sus hijos renegaban de la tradición común de sangre y muerte. Algunos catalanes simples se regocijaron de la votación como si la defensa de un animal, como todos los dispuestos para la muerte, resultase una brutal cornada en la entrepierna del Tribunal Constitucional y, de paso, de los Reyes Católicos. Los militantes de los partidos, a pesar de disponer de libertad de voto, salvo algunas excepciones, votaron gregariamente, como vacas en el pasto. Incluso algún aficionado a la fiesta, entre lágrimas, meditaba el exilio: si en tiempos pasados fuimos hasta Perpinyà a comprarEl Ruedo Ibérico, ¿por qué no acercarnos ahora al ruedo de Céret donde, por cierto, según asegura mi otro amigoJoan Anguera,la fiesta se inicia a los acordes deLa Santa EspinaoEls Segadors? La esquizofrenia queda resuelta: los extremos se tocan.

En nuestro país, educados enLa vaca cegadeJoan Maragall, nos disgusta que se maltrate a los animales –a pesar de lamatança del porc, loscorrebousy de que los restaurantes nos ofrezcanfoie, resultado de la larga tortura al que se somete a un pobre patito o simpática oca–.

Yo nunca permitiría que, en nombre de la tradición, mi hijo de pocos años se encaramase a lo alto de uncastellde muchos pisos hasta agitar en la cima, acojonado y tembloroso, su manita aleteante. Me responderán que, después de algunos graves accidentes, ahora losanxanetesllevan casco. Quizá la solución podría venir por aquí: si todas las artes evolucionan, y el toreo sin duda lo es, ¿por qué no ir pensando en poner al día la corrida? Y esto lo sugiere un matador que ha pasado muchas espléndidas –y otras no tanto– tardes de sol y de sombra.